ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Trabajo terapéutico en recursos de atención en tiempos de COVID-19

Actualizado el 18/02/21 a las 14:18

Sara Martínez Yela

La COVID-19 ha irrumpido en nuestra realidad obligándonos a cambiar nuestra forma de relacionarnos, el orden de nuestras prioridades e incluso la manera de trabajar. En concreto, las personas que nos dedicamos a realizar terapia psicológica nos hemos encontrado con una situación excepcional que ha impactado en la totalidad de los procesos clínicos que estábamos desarrollando, además de un aumento de los casos que llegan solicitando atención, llevando a quienes nos dedicamos a ello a situaciones límite.

Desde mi experiencia profesional  en un recurso de atención a víctimas de violencia de género la pandemia llegó para quedarse en un servicio de por sí colapsado, evidenciando  aún más las necesidades económicas y de personal para poder realizar intervenciones de calidad.

Durante las semanas más críticas, cerrar las puertas de un servicio de atención implicó trasladar las atenciones de forma inmediata a los medios telemáticos, en muchos de los casos con red y teléfonos personales, con el coste económico pero sobre todo emocional que eso supone para el conjunto de profesionales.

Si revisamos brevemente la historia de la Psicología de nuestro país,  no contábamos con experiencia profesional directa sobre cómo superar un confinamiento ni cuáles son las consecuencias a largo plazo del mismo. Por supuesto, sí tenemos estudios y teorías sobre adaptación al cambio, ansiedad, motivación, duelo, resiliencia, entre otros, lo que nos ha empujado a una rápida adaptación desde la improvisación y la formación-reciclaje urgente,  suponiendo un esfuerzo altísimo de preparación y ajuste a cada caso tratando de mantener el vínculo, la calidad de la intervención y los límites con nuestra vida privada al entrar de golpe nuestro trabajo a nuestros hogares.

Todo este reto además, se vio agravado por la dificultad de generar estrategias de auto cuidado personal similares a las que podíamos realizar hasta entonces (ocio, deporte al aire libre, viajes) para poder descargar esta presión,  teniendo en cuenta que  nosotros y nosotras no estábamos exentos ni del confinamiento  ni del virus  y  también estábamos sufriendo las consecuencias: sorpresa, miedo, inseguridad, incertidumbre, indefensión, etc.

De forma concreta en mi área de trabajo, al estar muchas mujeres en casa con los agresores, o con menores o familiares, no podían realizar sesiones completas y pasamos a realizar seguimientos encubiertos, con el riesgo que supone dejar de ver el espacio de terapia como una zona segura. Otro gran número de usuarias aunque no conviviesen con ellos preferían no realizar trabajo terapéutico profundo, por ejemplo con contenido traumático, pues al no poder sostenerlas de forma presencial implicaba para ellas colgar y quedarse en el mismo espacio con toda esa emocionalidad removida.

Lo que sí ha sido generalizado para todas  las personas con las que trabajamos es que la pandemia del COVID 19 supuesto un retroceso en su proceso terapéutico. El virus ha pasado a ocupar el protagonismo, pero los medios de protección, concretamente el confinamiento, ha traído además otras consecuencias importantes para las mujeres que han condicionado la terapia: pérdida de empleo, de espacios de ocio, familiares, duelo, depresión, tiempo para pensar ligado a culpa, agresores que aparecen romantizando el momento “me he dado cuenta de lo que importa, me ha hecho cambiar”, abriendo nuevas líneas de intervención dentro de cada caso.

Uno de los más habituales ha sido el consumo de psicofármacos. La formación en la que he participado “Prevención, detección y atención a mujeres en situación de drogodependencia desde la perspectiva de género” ha supuesto una oportunidad profesional para mejorar mi intervención a las nuevas demandas surgidas tras el confinamiento, además de proporcionar un espacio de resolución de dudas, intercambio de recursos y apoyo entre profesionales.

Tal y cómo se expone en los materiales, el consumo más habitual en las mujeres es el espacio privado debido al estigma social diferencial por género que tienen las drogas, y considerando la tipología de sustancia, de forma mayoritaria drogas de consumo legal. Todos estos datos teóricos lo he visto reflejados en terapia: Las mujeres con problemáticas de consumo en patología dual han recaído, pero la mayoría de pacientes referían  haber comenzado a tomar medicación no pautada para dormir. En el grupo de adolescentes y jóvenes de hasta 20 años, muchas de ellas comenzaron durante el confinamiento a tomar ansiolíticos bajo pauta médica tras llamar a su Centro de Salud refiriendo dolor de cabeza, nerviosismo y dificultad para dormir.

De forma indirecta, para las parejas que mantenían convivencia también ha repercutido en la terapia el aumento de consumo de alcohol y sustancias ilegales, a las fases de acumulación de tensión y explosión se han acelerado. Esto generó un aumento de las demandas, siendo necesario  aumentar las horas de atención y abrir el centro en cuanto las circunstancias lo permitieron.

Posteriormente, tras superar las medidas más restrictivas, las usuarias no valoran de forma momentánea dejar de consumir, precisamente porque la pandemia ha generado un cambio de hábitos perjudicial:  vuelta al espacio privado por desempleo, teletrabajo con cuidados no corresponsables, crisis de pareja y personales, pérdida de red de ocio, ansiedad, duelo…en el futuro inmediato no podemos descartar que no se vayan a acentuar aún más estas situaciones y por tanto el consumo como herramienta para adaptarse a ello y sobrellevarlo de forma inmediata, ahora que hemos activado nuestras capacidades de supervivencia.

Aún tenemos grandes retos como profesionales  que seguro atenderemos como sea necesario, pero desde aquí valorar el esfuerzo realizado por todos los compañeros y compañeras y agradecer a FUNDADEPS la posibilidad de continuar formándonos en contenidos actuales que responden a las nuevas demandas surgidas.