ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Salud, Género y Responsabilidad

Actualizado el 15/12/22 a las 19:00

Cristobalina León López

Estoy participando en el programa MIAS de 2022 y en este artículo quiero plantear una serie de preguntas: ¿Qué idea tenemos sobre la salud? ¿Seguimos percibiéndola como algo sobre lo que apenas influimos? ¿O la reconocemos como un estilo de vida consciente?

La profesora de Universidad e investigadora en Educación para la Salud, Rogelia Perea Quesada, nos indica que, hace ya mucho tiempo, que la salud dejó de contemplarse como ausencia de enfermedad, para entenderse como un estado de bienestar que integra, tanto lo físico, como lo emocional, lo sexual, lo social, o la realización personal, entre otros aspectos vitales. Además, la salud se comprende como un derecho recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Para trabajar la educación y la promoción de la salud, es importante partir de esta concepción de salud integral más amplia que supone en definitiva mejorar la calidad de vida de las personas. ocupan de mejorar la calidad de la salud de las personas. Es cierto que las personas nos encontramos viviendo en contextos que nos influyen. Que no todos esos contextos son iguales y que, por tanto, tenemos distintas necesidades y oportunidades para desarrollar procesos de salud y enfermedad. Aunque también es verdad, que, dentro de cada contexto, tenemos la libertad personal de vivir influyendo en nuestra salud. Hacernos responsables de ella a través de conductas y hábitos saludables que pueden aprenderse. Creo que podemos tener la satisfacción de convertir nuestra salud en un estilo de vida saludable, que nos genere el mejor bienestar posible.

Al trasladar el trabajo y las iniciativas de la promoción y la educación para la salud a las necesidades de las mujeres, es inevitable tener en cuenta también el género. ¿Qué conocemos sobre el género? ¿Cómo influye el género en la salud de las mujeres?

La Organización Mundial de la Salud, se refiere al género como “roles, características y oportunidades definidas por la sociedad, consideradas apropiadas para hombres y mujeres.” Y como, “el reflejo de la distribución de poder en las relaciones entre hombres y mujeres.”

Por otro lado, Carmen Valls-Llobet, médica endocrinóloga experta en perspectiva de género, dice que “la perspectiva de género y la palabra género nacen de las ciencias sociales para identificar cómo los estereotipos condicionan la conducta.”

Así, el género, no es pues, sinónimo de sexo, sino que son roles que transmite la sociedad y la cultura, que nos enseñan a funcionar desde unas actitudes y comportamientos determinados. No es algo biológico o natural, sino una construcción sociocultural. Los roles de género se aprenden en el primer contexto educativo que poseemos las personas: la familia. Cuando las personas nacemos y llegamos a nuestras familias, el sistema sociocultural que nos rodea, ya lo había hecho mucho antes que nosotras. Y está ahí, normalizado en nuestro ambiente familiar, esperando a ser asimilado. Los roles tradicionales de género inciden en cómo establecemos las relaciones amorosas y sexuales entre hombres y mujeres.

En la medicina, como nos hace ver la médica Carme Valls-Llobet, las diferencias biológicas y sociales entre hombres y mujeres todavía no son tomadas en cuenta. Para sus estudios sobre las enfermedades, pone al hombre como modelo, con la consecuencia lógica de la desigualdad que eso crea, a la hora de que la sanidad nos dé respuestas a las mujeres sobre nuestra salud. En la educación, todavía a día de hoy, el contenido de los libros de texto de las diferentes etapas educativas ignora los logros de las mujeres en la historia, la ciencia, la literatura, el arte o la filosofía, por ejemplo. A partir de esa brecha, nosotras, aprendemos a no ser tenidas en cuenta ni valoradas. A sentirnos invisibles y a construirnos en una bajísima autoestima. La UNESCO también resalta la necesidad de la enseñanza de las ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, para afrontar que niñas y mujeres nos mantenemos muy poco representadas en estas disciplinas, tanto en la escuela como en el mercado de trabajo. Y en el mercado de trabajo, además, realizamos algunos de ellos, que están muy feminizados, como el cuidado de niñas y niños, personas dependientes o la limpieza. Trabajos sin el reconocimiento que merecen, desvalorizados y peor pagados, avocándonos a las mujeres de nuevo a la baja autoestima, a tener menos poder adquisitivo o incluso a más pobreza.

En definitiva, el género nos imprime creencias sobre nosotras mismas, como inferiores o poco capaces, basadas en mitos. Nos cuenta a las mujeres, que somos pasivas, desarrollando indefensión aprendida como resultado. Haciéndonos sentir menos capaces e incluso desprotegidas ante determinas situaciones. Los mandatos de género tradicionales transmitidos de generación en generación nos moldea sin darnos cuenta hacia el cuidado de los demás o al ámbito doméstico, por ejemplo, como si fuera una función inherente a nosotras de forma natural. También nos presiona a la maternidad y a asumir dobles jornadas de trabajo fuera y dentro de nuestros hogares, y a ocuparnos también de la educación y de las necesidades de salud de nuestras hijas e hijos o de la dependencia de nuestros familiares casi en exclusividad, con toda la carga mental que ello supone. Nos lleva incluso a aceptar todo eso de buena gana y nos hace funcionar de forma complaciente con los demás, sintiendo culpa si decimos que no, dejando nuestras necesidades sin ser atendidas. La doctora Christiane Northrup concluye que ser una “buena mujer”, “buena madre” o “buena médica”, consiste para la sociedad, en que ella esté todo el tiempo sirviendo a los demás y que una mujer “buena” es la que satisface las necesidades de todo el mundo menos las suyas.

Estos estereotipos, roles y mandatos de género, si los asumimos como nuestros, nos dejan a las mujeres con muy poco tiempo para nuestro propio bienestar y autocuidado y para mirar por nuestros intereses y nuestro desarrollo humano. En conclusión, afectan negativamente en nuestra calidad de vida.

Pienso que las mujeres necesitamos por parte de la promoción y la educación para la salud, iniciativas socioeducativas que faciliten la toma de consciencia tanto por nuestra parte como por parte de nuestros entornos. Una toma de consciencia de cómo nuestras conductas aprendidas a través de los roles de género y la cultura repercuten de forma negativa en nuestra salud. Esto significa darnos cuenta de que el género es real, y desarrollar una conciencia crítica desde una mirada amable. Reflexionar sobre nuestra salud y los factores que la merman. Preguntarnos cómo estamos o cómo nos sentimos. Qué necesitamos o qué queremos conseguir en los diferentes planos de nuestra vida. Pueden ser útiles proyectos que nos ayuden a desmontar todas esas creencias para aprender otras mejores.

También es bueno que sepamos que, aunque todos esos proyectos e iniciativas sociales de educación con perspectiva de género son imprescindibles, las mujeres, necesitamos estar abiertas a responsabilizarnos de nuestra propia salud, de nuestro desarrollo personal y de la adquisición de nuevos hábitos que nos beneficien, a desaprender por nosotras mismas esas creencias y comportamientos de desigualdad que están socialmente construidas. A escuchar nuestro cuerpo con respeto y darle descanso cuando nos lo pide. A poner los límites que hagan falta a los demás. A atender primero nuestras propias necesidades. A decir que no a esas situaciones que nos perjudican. Las mujeres necesitamos dedicarnos al placer de nuestra salud.

Referencias

  • “Educación para la salud y la calidad de vida” Rogelia Perea Quesada Ediciones Díaz de Santos, 2011
  • “Mujeres, salud y poder” Carme Valls-Llobet Ediciones Cátedra, 2010
  • “Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer” Christiane Northrup Ediciones Urano, 2010
  • Datos de la OMS https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/gender
  • Datos de la Unesco https://www.unesco.org/es/gender-equality/education/stem