ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Las metáforas de la pandemia. Hiperactividad e hiperreactividad en tiempos de coronavirus.

Actualizado el 26/10/20 a las 17:13

Juanfran Blázquez García

La historia de la ciencia y del pensamiento recorren caminos paralelos; ahora convergentes, otrora divergentes. En cualquier caso, la humanidad se ha encargado de construir relatos mitológicos que den respuesta a cuestiones como: ¿por qué nos ha pasado esto a nosotros?

Y aprovechando la aparente tregua que nos da la pandemia, al menos por ahora en nuestro territorio, quiero compartir aquí, la reflexión traducida en dos metáforas que me ha sugerido la forma en que ha operado el virus en nuestra sociedad y en nuestros organismos, a saber: la hiperactividad y la hiperreactividad.

Una de las características del COVID-19 que nos sorprendió fue la veloz y alta capacidad de transmisión y contagio entre personas. Lo cual se veía favorecido por un estilo de vida hiperactivo, dónde prima el movimiento. Es fácil verse reconocido en una agenda diaria que aproximadamente sería algo así como: llevar al colegio a los niños, ir al trabajo, realizar visita a un cliente o proveedor, tomar un café de vuelta a la oficina, comer con los compañeros, recoger a los niños del colegio, llevarles a actividades extraescolares, aprovechar para ir al gimnasio, realizar compras en unas grandes superficies, realizar las tareas domésticas, ayudar con los deberes del colegio…y un sinfín de actividades que llenan nuestro día a día, a lo que de vez en cuando añadimos la visita a nuestros mayores en sus casas o centros residenciales, realizar deporte al aire libre, ir al cine, teatro y otras actividades de ocio o de negocio.

Y de repente, nos anuncian que debemos respetar una distancia física mediante un confinamiento domiciliario, que nos sitúa ante el escenario de estar con nosotros mismos y los nuestros sin una agenda repleta de actividad. Por fortuna, para afrontar tamaño reto, hemos encontrado un perfecto aliado en las nuevas tecnologías, que nos han facilitado poder seguir tele trabajando, realizar ejercicio con clases virtuales u ocupando tiempo de ocio con los abrumadores recursos audiovisuales disponibles a día de hoy en la red de redes.

Parece que la hiperactividad gobernase nuestras vidas y considero significativo que la transmisión del virus se viese facilitada por esa forma de actuar tan de nuestro día a día. El confinamiento nos trajo un primer cuestionamiento de nuestra cotidianeidad: ¿No estarán ustedes yendo demasiado deprisa? ¿Acaso, serán capaces de estar con ustedes mismos y sus seres queridos sin necesidad de ocupar el tiempo y el espacio con variedad de actividades que, paradójicamente les hace sentir “más vivos”?

Lo importante no es lo que nos hace el destino, sino lo que nosotros hacemos de él.

Florence Nightingale (1820-1910)

Por otro lado, desde la clínica, pudimos observar como nuestro organismo respondía de manera desproporcionada ante la presencia del virus. En los primeros días de pandemia, diversos colegas sanitarios apuntaron a la “tormenta de citoquinas” liberada por nuestro sistema inmune para combatir el virus como uno de los efectos más perniciosos sobre nuestros propios órganos. Oíamos abrir los telediarios con términos como disgeusia y la anosmia (ausencia de los sentidos del gusto y el olfato respectivamente) Síntomas propios de la patología neurológica que apuntaban al carácter sistémico de la enfermedad. Otra forma de tomar conciencia del mundo globalizado en el que vivimos dónde el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.

Toda la información se volvió monotemática, llegando a convertirse en infoxicación. De manera análoga al comportamiento del virus en las personas pudimos observar como la hiperreactividad de la población iba creciendo según avanzaba el confinamiento: aplausos, canciones resistentes, acaceloradas protestas, posicionamientos ahora a favor, luego en contra… y como máxima expresión de esta otra “cascada de reacciones” tenemos las redes sociales. Con la incontenible y constante acción-reacción de opiniones, insultos, descalificaciones… Una demostración de cómo respondemos desproporcionadamente a estímulos en un agotador carrusel que permanece abierto las 24 horas del día. Respaldándonos en la libertad de expresión y en la sana actitud crítica con lo que no comulgamos, creemos estar combatiendo al enemigo, cuando al igual que el virus… ¿podría ser que con esta actitud nos estemos haciendo más daño a nosotros mismos que al enemigo contra el que luchamos?

Para acabar como si de una fábula se tratase con una moraleja. Dicen que la solución a los problemas suele encontrarse en la raíz de dónde surgieron. Si damos por buena la hipótesis que afirma que el virus proviene de oriente, buscaremos la respuesta a nuestras preguntas también en su milenaria tradición, concretamente la taoísta. Que entre sus preceptos propugna el wu-wei, traducido como “no-acción”, que lejos de promulgar la inactividad alude a la forma de intervenir que se observa en la naturaleza, por ejemplo, la forma en que crece y echa raíces la vegetación, la manera en que los océanos y los ríos fluyen, cómo cae la lluvia…y no seamos ingenuos, hay días de tsunami, tormenta y aludes que a su manera buscan recuperar el equilibrio.

Con nuestra responsable conducta durante estos meses, nos hemos dado una nueva oportunidad. Lamentamos emocionados las pérdidas que ya forman parte de nuestro bagaje. Tenemos la ocasión de honrar su memoria y su legado continuando con el espíritu de colaboración y cooperación. Mantengamos la distancia física, realicemos la higiene de manos y el uso de mascarilla. Sin olvidar la importancia de cuidarnos. De mantener una alimentación sana, realizar ejercicio moderado, mantener relaciones afectivas significativas, proporcionarnos un sueño reparador y trabajar por realizarnos como personas persiguiendo nuestro propósito de vida. Todo ello bajo los valores de solidaridad y responsabilidad que nos están demostrando ser capitales como sociedad.