ARTÍCULOS DE OPINIÓN

La cultura programada

Actualizado el 28/10/20 a las 13:42

Antonio Merino Bernardino
Todo es susceptible de movimiento. Asistimos con paciente empeño al estallido de un tiempo que rompe los presupuestos de lo que ayer era real, contradictorio y posible. El mundo gira y gira, dejándonos en la memoria el recuerdo de las pasiones más hermosas y la vivencia de que somos tan de carne y hueso que sentimos el latido del ayer como un soplo cálido que entra a través de las ventanas y los balcones de nuestra casa de adentro.

El mundo gira y nosotros nos sumamos a su movimiento desde todos y cada uno de los espacios que nos ofrece en su diario deambular por los rincones de la realidad y del sueño. No somos deudores del ayer ni estamos en disposición de negar a la historia el peso de los años que hicieron de nosotros mismos algo más que la costumbre diaria de mirarnos en su espejo y contemplar cómo nos devuelve el rostro con entregado placer.

Nada tan banal, fatuo y pretencioso como negar que todo es fruto de todo, y que habría que sumar a la historia, la nuestra, la de cada uno de los seres que habitamos ese espejo, los hechos que acontecen a nuestro alrededor, siendo protagonistas de primera línea y no meros contempladores o sujetos pasivos de un tiempo que se nos antoja cruel, derrotado y escondido en cualquier verso de Eliot. Todo es tan inmediato que apenas si podemos asimilar lo de hoy sin tener la certeza si mañana será distinto.

Jamás la lucha ideológica, la que nos interroga para preguntarnos qué queremos hacer, se ha mostrado de una forma tan clara como ahora. A pesar de los matices, la cultura de la opulencia, el “tayloriano” proyecto económico enfundado en una hipócrita semántica de mercado, su inequívoca pasión por ajustar el pensamiento a las leyes que dicha cultura nos ofrece, no hacen sino reafirmar que nuestra sociedad de hoy es un espectacular entramado de NADA, en ese vacío constante de no saber, de no estar, de no ser más que individuos que viven sin saber cómo viven, que piensan de lejos y sueñan de prestado. Languidecemos y, de temprana edad, nos hacemos cómodos, de una comodidad degenerativa. Nada más triste que una cultura incapaz de crear su propio espacio escénico, de representación de una realidad vivida día a día. Todo es mera contemplación de un espectáculo que se nos antoja triste y grotesco. El arte encerrado en sí mismo y proyectado hacia unos intereses que poco o nada tienen que ver con las manos que le han dado razón y sentido. Plantear un nuevo estado de cosas, o de provocar la duda, no es obra de iluminados. Seremos capaces de avanzar o la realidad seguirá sepultando nuestros sueños .