ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Humanización y estigma en los cuidados de personas con patología dual

Actualizado el 28/12/20 a las 16:42

Juanfran Blázquez García

Históricamente el estigma ha acompañado a la forma de relación humana en todos sus colectivos. Fue definido por el sociólogo Erving Goffman como la pertenencia a un grupo social menospreciado (étnico, religión, nación, etc.) distinguiéndolas de las nociones anatómica (abominación del cuerpo) y psicológica (defectos del carácter individuo).

Concretamente si nos detenemos en el caso de personas con patología dual, podemos encontrar que están bajo el influjo de un doble proceso de estigmatización, a saber: la enfermedad mental y la adicción al consumo de tóxicos. Ambas condiciones ya tienen de forma individual la losa del estigma. Luego en caso de combinarse, afirmaríamos que el efecto total es mayor que la suma de sus partes.

Podríamos especular con la explicación del fenómeno de estigmatización basándonos en la composición neurocognitiva de nuestros procesos mentales. Es decir, tenemos dos hemisferios cerebrales unidos por el cuerpo calloso. Y de manera análoga a nuestra biología, la forma de nuestro pensamiento suele aterrizar sobre modelos dicotómicos. Por ejemplo; blanco/negro, día/noche, bueno/malo, mujer/hombre…etc. Y gracias a los puentes que tendemos (el cuerpo calloso) somos capaces de ver escala de grises y cursos de acción intermedia.

De cualquier manera convenimos que funcionamos por categorías. Cajones estancos que usamos para realizar un mapa de la realidad como si de un GPS se tratase para orientarnos y relacionarnos con los demás. Esto es una clara ventaja evolutiva. Nos reduce mucha ansiedad tener unas reglas del juego a priori con las que interaccionar entre semejantes.
Ahora bien, la dinámica se puede pervertir. Llegando a ser injustos con nosotros mismos y con los demás. Juzgamos y tratamos de una manera determinada a las personas que estigmatizamos, hasta tal punto, que llegamos a atentar contra la dignidad, la autonomía y los inalienables derechos humanos.

En contextos de salud el proceso de estigmatización se hace aún más complejo. ¿Cómo generar un vínculo terapéutico a la vez que se establecen unos límites y se fomenta la responsabilidad en el autocuidado?

Todos tenemos en nuestro imaginario colectivo múltiples escenas de novelas y películas que se resumiríamos en la famosa frase del personaje de Paco León: “Claro, como el Luisma es tonto…” Inmejorable síntesis de un compendio de estigmatización social con todas las consecuencias que lleva asociadas.

En la literatura científica encontramos evidencias de cómo interfiere el estigma en la adherencia terapéutica de las personas con patología dual. Una abigarrada dinámica dónde restamos autonomía y actuamos de forma paternalista contribuyendo a una implícita dejación de autocuidados por parte del interesado. Que en su forma más prostituida puede llegar a funcionar cómo una forma de beneficio secundario traducido en la obtención de una renta que perpetúe el statu quo de una confusa beneficencia terapéutica.

Como decíamos, la complejidad del abordaje es de tal calado como la misma experiencia humana de quien vive bajo el estigma. Por lo que, una vez más, aquello que venimos a llamar humanización de los cuidados dirige la mirada hacia una forma de entender la existencia bajo el prisma del humanismo.

En la filosofía clásica se acuñó el término de épokhe. Recuperado siglos más tarde por Edmund Husserl en su fenomenología trascendental como la “suspensión del juicio”. La forma de acercarnos al conocimiento y en este caso a la experiencia humana a través de la suspensión del juicio. Luego aquí vuelven a surgir, aquellas habilidades humanísticas propias de las profesiones del cuidado como son: la escucha activa, la empatía, el acompañamiento presencial, la mayéutica, la compasión, etc. Que parecen relegadas a espacios de intimidad ante la preponderante presencia de los medios técnicos más tangibles físicamente pero que están relacionadas con la necesaria suspensión del juicio.

Dichas competencias se estudian, entrenan y mejoran con la práctica. Desde Fundadeps continuamos contribuyendo con la formación dirigida en este sentido y observamos con esperanza como aumenta en los programas curriculares de las universidades aquel aroma que desprendían los maestros como Marañón y que por su sola presencia no necesitaban justificar en un horario académico. Según cuenta la anécdota, al ser preguntado Marañón, por la mayor innovación de los últimos años, afirmo que es la silla. “La silla que nos permite sentarnos al lado del paciente escucharlo y explorarlo.”

Estamos ante la infinita tarea de la propia vida. Inagotable. Inabarcable. No obstante, debemos reconocernos falibles y vulnerables. Como bien nos demuestran estos tiempos de pandemia. Hacer ejercicio de humildad. Ya que, tal vez, para abordar el estigma debamos comenzar por nosotros mismos. Ser cándidos, amables y afectuosos con nuestra propia persona, que al fin y al cabo es con quien vamos a convivir hasta el último de nuestros días. No juzgarnos. Y procurarnos tenernos en buena estima.

Tal vez cuando consigamos colocar nuestro propio ego. Tomar conciencia del mismo y vivir con él sin caer en la constante identificación. Y digo, tal vez, podamos relacionarnos con los demás sin juzgarnos ni juzgarles. Sin proyectar en los demás nuestros miedos, fobias y cuitas. Y escuchar. Y mirar. Y sentir como lo hacen los bebés y los niños. Con la mente y los brazos abiertos. E inventarse las normas del juego junto con nuestros amigos cuando coincidamos en el parque.

No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.
Antonio Machado