RECURSOS

Cultivando emociones en nuestras aulas para una mejor salud mental

Actualizado el 10/11/20 a las 10:38

Andoni Quintana Martinez de Ilarduya

Enfermero. Agente de Salud de PAJEPS 2020

La (OMS, 2004) define la salud mental como el “estado de bienestar que permite a los individuos realizar sus habilidades, afrontar el estrés normal de la vida, trabajar de manera productiva y fructífera, y hacer una contribución significativa a sus comunidades”. Por otro lado, el Ministerio de Sanidad en la última Estrategia en Salud Mental (2009 – 2013) marcó 5 líneas estratégicas con sus diferentes indicadores de salud. La línea en la que se desarrollan más indicadores es la de Promoción de la Salud Mental, prevención de la enfermedad y erradicación del estigma, sobre temáticas como la mala Salud Mental, la prevalencia de trastornos como la ansiedad y la depresión, el consumo de drogas y alcohol, las autolesiones y suicidios (Instituto de Salud Carlos III, 2017).

Un estudio realizado con adolescentes en La Rioja (Sánchez et al, 2018), confirma que los adolescentes que mostraron dificultades en el ajuste emocional y comportamental, también presentaron mayor ideación suicida, conductas relacionadas con el acoso escolar y ciberacoso (percepción, victimización), y consumo de sustancias, concretamente tabaco y cannabis. Así como, que a medida que aumentan los problemas psicopatológicos también aumentan los casos de bullying y ciberbullying, tanto en percepción general como en víctima y acosadores. Y dentro de las consecuencias que sufren les jóvenes acosades, se observa que aparte de las anteriormente descritas, presentan baja autoestima; serios problemas de relación social, aislamiento, déficit de habilidades sociales y autocontrol; peor rendimiento académico y peor concentración e incluso absentismo escolar.

¿Cómo podríamos contribuir a prevenir este tipo de acontecimientos en los centros de enseñanza? ¿Cuándo podría ser una buena edad para intervenir con les alumnes? ¿Tenemos recursos que trabajen el desarrollo de habilidades emocionales, como, por ejemplo: la “inteligencia emocional” y las “competencias emocionales”?

La educación emocional en los planes de estudio

A día de hoy, en los programas educativos a nivel estatal resulta difícil encontrar planes de estudio que incluyen la educación emocional. No obstante, existen algunos que buscan responder a las necesidades sociales y afectivas no atendidas por la educación académica tradicional: 

  • En Estados Unidos, se han implantado clases de aptitud emocional que se ofrecen tres veces por semana para los alumnos de primaria de 5º curso con el nombre de “aptitudes para la vida” (citado en Márquez y Gaeta, 2017).
  • En España, el programa INTEMO pretende mejorar la inteligencia emocional en los adolescentes; el programa de Educación Emocional de Díez de Ulzurrum y Martí, fue pionero en España en el ámbito de la educación emocional en las etapas infantil, primaria y secundaria; el programa “Aulas felices” busca desarrollar las fortalezas personales de niñes y adolescentes a partir de la práctica educativa; y el programa “Cultivando emociones – 2” está encaminado a la educación emocional de niñes de 8 a 12 años (citados en Márquez y Gaeta, 2017).
  • El programa “REMA” que se lleva a cabo en educación primaria de Extremadura de 3º a 6º curso (citado en Sánchez y Parra, 2020).

La finalidad de la educación emocional consiste en asegurar el bienestar de la persona, donde es importante tener presente a la regulación de las emociones negativas y a la potenciación de las positivas para lograr dicho bienestar. Además, aporta beneficios tales como: la comunicación efectiva, la resolución de conflictos, la toma de decisiones responsable y la prevención de drogadicción, alcoholismo, violencia, anorexia, entre otros (Márquez y Gaeta, 2017).

Las competencias emocionales

Del mismo modo, con la implementación de estos programas basados en educación emocional dirigido a la población juvenil junto con la enseñanza académica tradicional, esperan efectos tales como: incrementar las habilidades sociales y las relaciones interpersonales, mejorar la autoestima en el alumnado y disminuir pensamientos negativos, mejorar la conducta en general, fomentar en el alumnado el trabajo cooperativo, desarrollar habilidades que favorezcan la resolución pacífica de conflictos, entre otros (Sánchez y Parra, 2020).

Otros autores, como Ibarrola, proponen una alfabetización emocional, en la cual se desarrollen características basadas en competencias emocionales: poseer un buen nivel de autoestima; aprender más y mejor; presentar menos problemas de conducta; sentirse bien consigo mismos; ser positivos y optimistas; tener la capacidad de entender los sentimientos de los demás; resistir la presión social y la de sus compañeros; tolerancia a la frustración; resolver conflictos adecuadamente y; ser más felices y saludables (citado en Márquez y Gaeta, 2017). Según Ibarrola, destaca estas competencias emocionales como necesarias:
1) Conocimiento de las propias emociones (autoconciencia): capacidad de reconocer un sentimiento en el mismo momento en el que aparece.
2) Capacidad de controlar las emociones (autocontrol): controlar la expresión de nuestros sentimientos y emociones, y adecuarlos al momento y al lugar.
3) Capacidad de motivarse a sí mismo (automotivación): las personas que tienen esta habilidad suelen ser más eficaces; se fijan metas, mantienen el esfuerzo y la perseverancia.
4) Reconocimiento de las emociones ajenas (empatía): entender lo que sienten las otras personas, incluyendo aquellas con las cuales no simpatizamos.
5) Control de las relaciones (destreza social): implica dirigir a las personas sabiendo relacionarse con ellas y hacer algo en común, es decir, entenderse con los demás.

Por todo lo anteriormente expuesto, considero que el aula es un contexto educativo fundamental para el desarrollo de dichas competencias, siempre y cuando, no se olvide el papel importante que ejerce el entorno familiar en el proceso de desarrollo emocional de les jóvenes. Así como, la responsabilidad del entorno familiar en crear unos valores éticos y morales sólidos; con el objetivo de promover una buena salud, desde un marco biopsicosocial, siendo necesario contribuir a su vez hacia una buena salud mental; ya que, la población juvenil es frecuentemente vulnerada durante el paso de la infancia hasta la adolescencia por multitud de factores.

De algún modo, la familia y los centros educativos de este siglo tendrán la responsabilidad de educar de manera conjunta las emociones de hijes y alumnes. Por ello, es necesario que las competencias emocionales sean enseñadas preferentemente de manera colaborativa, continua y sistemática, ya que su desarrollo y mantenimiento no son fruto de algún fenómeno espontáneo, sino de la intervención consciente y planificada de les agentes educativos <<la familia y la escuela>> (Márquez y Gaeta, 2017).

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