ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Chicas adolescentes, sexualidades y usos de drogas. Una opinión personal y vivencial.

Actualizado el 16/12/22 a las 15:30

Sara Siebers

Según la última Encuesta sobre usos de drogas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES, 2021), las sustancias más consumidas mensualmente por las adolescencias de 14 a 18 años, son el alcohol (53,6%) , las bebidas energéticas (45%), el tabaco (23,9%), el cannabis (22,2%) y los hipnosedantes con y sin receta (13,6%).

Con carácter general el uso de sustancias por parte de algunas personas adolescentes y jóvenes, forma parte de su realidad recreativa y socialización, presentando un patrón de consumo mayoritariamente experimental, aglutinado en los fines de semana, mediado por su grupo de iguales (que puede ejercer de factor de protección o de riesgo) e influenciado por roles y mandatos de género (Rovira, 2014)

Si se desagregan los datos en las categorías de hombre/mujer (teniendo en cuenta que esta separación por el momento solo se lleva a cabo en dicho informe en términos binarios), se observa que ellas consumen las sustancias legales (alcohol, tabaco e hipnosedantes) en mayor proporción que ellos, que puntúan más alto en las sustancias ilegales (cannabis y resto de sustancias evaluadas) y en las bebidas energéticas.

No es nuevo, que el uso de sustancias legales por parte de las mujeres adolescentes, conlleva mayor penalización social y estigma (Castaño, 2014), que el consumo de sustancias ilegales. La razón es muy sencilla, está normalizado el uso de estas sustancias y son más accesibles, lo que supone que es más acorde a su rol de género.

Podría parecer que el modelo hegemónico de roles de género supone una protección extra a las adolescentes respecto al uso de sustancias, por la menor permisividad de lxs adultxs respecto a sus consumos, mayor control sobre ellas, menor educación en la cultura del uso de alcohol, mayor conciencia de la responsabilidad individual y el autocuidado…etc. Pero si se observan las violencias que genera sobre ellas este modelo, no cabe ni siquiera plantearse la pregunta. El modelo tradicional de género implica desigualdades en relación a la salud de las mujeres y las relaciones con las drogas.

Sigue existiendo una socialización diferencial en cuanto al consumo de alcohol (Castaño, 2014). Con ellos se practica cierta benevolencia, pero con ellas sigue manteniéndose la penalización social y el imaginario colectivo de “mala hija”, “mala novia”, que para más inri, suele tender a responsabilizarlas a ellas de las violencias sexuales sufridas por haber consumido drogas. Desde aquí, y por si aun no ha quedado lo suficientemente claro: La responsabilidad de cualquier violencia, es de quien la ejerce, no de quien la padece. Y por supuesto, ni el alcohol ni ninguna droga es la responsable de las conductas violentas, pueden potenciar que salgan con mayor facilidad pero han de estar subyacentes en el constructo conductual de la persona para que afloren. Ninguna droga vuelve a nadie violador. Que no te engañen, ni intenten poner la responsabilidad donde no toca.

Por otra parte, es necesario reflexionar sobre que en muchas mujeres, el consumo de drogas se ha dado como forma de evasión o de afrontamiento, para disminuir la sintomatología depresiva y/o ansiosa que se encuentra en la punta del iceberg, donde debajo se puede observar baja autoestima, estrés o una imagen negativa de ellas mismas, entre otras casuísticas (Roa Polo, 2018). Además, haber sido víctima de abuso sexual, se traduce en mayor prevalencia del empleo de sustancias antes, de forma más continuada y en mayores cantidades, como una respuesta de afrontamiento y/o evasión al estrés postraumático asociado a estas situaciones (Sánchez, 2014) y a la violencia física y/o psicológica en la infancia y/o adolescencia. (Dembo, R. et al, 1987; Grella, C.E. 1997; Institute of Medicine, 1990; Kilpatrick, D.G.et al., 1997, 1998; Martin, S.L. et al., 2003; Najavits, L.M. et al., 1997; Sánchez, L. et al., 2010).

Existen investigaciones con perspectiva de género que han evidenciado que el uso de drogas y principalmente el alcohol, aparece como una respuesta desadaptativa en mujeres adolescentes al malestar emocional en términos generales. (Sánchez, 2014)

También podemos hablar del papel de “madre cuidadora” (Roa Polo, 2018) que muchas adolescentes llevan a cabo con sus parejas masculinas que consumen sustancias. Donde les cuidan, les acompañan e intentan contrarrestar las conductas de mayor riesgo que pueden llevar a cabo. Parece que ese rol de cuidadoras nos sigue persiguiendo incluso en nuestro tiempo de ocio.

Por cierto, ¿te has fijado que hasta ahora solo he hablado de la vinculación del consumo de sustancias con las mujeres, mediado por problemáticas? Si no te has fijado, no te preocupes, es lógico, ya que en términos generales, de entrada, el consumo de sustancias está muy vinculado a lo negativo en el imaginario colectivo, parece que no se concibe que se pueda dar un consumo recreativo, consciente e informado por parte de personas mayores de edad. Si te has fijado en que solo he hablado de problemáticas y consumos, he decidido comenzar por aquí para añadir ahora la reflexión de que no contamos con muchas investigaciones concluyentes sobre el uso recreativo de sustancias por parte de las mujeres, y menos aún si hablamos de identidades disidentes.

Desde aquí, lanzo el llamamiento: ¡¡Necesitamos investigaciones sobre los consumos recreativos de las mujeres y de identidades disidentes!!

Hecho este llamamiento y continuando con los consumos de sustancias por parte de las chicas jóvenes, cuando no hay presente una problemática, estos usos de drogas, se suelen dar como comentaba al principio porque forman parte de una manera de relacionarse y de pertenencia a un grupo. Posteriormente, cada una toma la decisión de abandonar ese consumo o ese contexto o incorporarlo a su vida social.

Ellas consumen de forma diferente a ellos, de entrada consumen menos cantidades y en menor frecuencia, usan más las sustancias legales y ejercen una mayor prudencia y responsabilidad en sus consumos y consecuencias derivadas de éstos. Suelen ser más previsoras cuando van a acudir a una fiesta o botellón (preven cómo volver a casa, se ponen límites de consumo…) y la prevalencia para recurrir a la violencia como resolución de conflictos en estos contextos, es menor que la de ellos. (Del Moral, 2008).

En todos los años que he estado trabajando en medio abierto, en botellones y/o eventos juveniles, no recuerdo ninguna pelea entre chicas. Cosa que sí he visto con mayor asiduidad entre ellos. Aunque también he de señalar que creo que las personas adultas atribuyen un mayor índice de violencia a las adolescencias y juventudes que en la práctica no parece estar tan presente. Igual que otra serie de sesgos que se les asignan, derivados de la juvenofobia que permea nuestra sociedad.

Suelen realizar menores mezclas de sustancias (Del Moral, 2008), lo que supone en términos generales la asunción de menores riesgos y sus estancias en los contextos festivos son más cortas. Esto último es interesante de observar, ya que cuando se les pregunta, normalmente salen a la luz motivaciones del tipo: cansarse antes, o tener una hora de llegada a casa más pronta que sus congéneres masculinos. También parecen sentirse más vulnerables en estos contextos de consumo. Si esta vulnerabilidad se vincula con las sexualidades, se las suele etiquetar de “fáciles”, de “busconas” y se interioriza este estigma por su parte. De esta interiorización de la vulnerabilidad (que no parte solo de lo que integran en estos contextos, sino que viene de lejos, desde el momento en que empiezan a recibir mensajes del tipo “ten cuidado”, “no vayas sola de noche”, “no dejes tu copa sin supervisión”, “tengo miedo de que te pase algo si llegas más tarde de las x”…) se extrae que no alardeen de sus consumos, a diferencia de ellos que lo hacen habitualmente como una forma de reforzar su “hombría” (Sánchez et al., 2009), por temor a ser acosadas o estigmatizadas.

Podría hablar mucho más largo y tendido de todo esto, porque es un tema que me apasiona y contar anécdotas que nos han pasado en los programas en los que trabajo, pero no quiero extenderme en exceso, así que, dejando mucha información fuera aunque me pese, sirva todo lo anterior a modo de cuatro pinceladas para despertar tu curiosidad y que puedas, si te interesa, seguir tirando de las ideas planteadas, repensando y ampliando.

Para finalizar, me gustaría incidir en unas últimas reflexiones que considero imprescindibles:

No mirar una realidad no hace que ésta desaparezca. El consumo de drogas existe y ha existido siempre. Necesitamos más investigaciones con enfoque de género, acerca del consumo recreativo de las mujeres e identidades disidentes y mayor inclusión de la perspectiva de género en todos los recursos para realizar un trabajo mucho más efectivo.

Por otra parte, es necesario aceptar que la abstinencia, aunque es la estrategia que implica riesgo cero, no va a ser elegida por todas las personas. Y para aquellas que decidan consumir drogas (nos pueda gustar más o menos), es primordial el fomento del pensamiento crítico, la dotación de información objetiva y libre de moralismos, así como la facilitación de herramientas que les permitan gestionar esos consumos (Modelo de gestión de placeres y riesgos), o las situaciones de alto riesgo derivadas (por ejemplo una intoxicación o coma etílico). Sean adolescentes o adultxs.

Porque por mucho que se continúe difundiendo el típico mensaje de “No a las drogas”, no es efectivo para toda la población. Y las adolescencias toman sus propias decisiones cuando salen por la puerta de casa…mejor que las tomen informadas, ¿no?. Si van a acudir a botellones, mejor que sepan que es necesario beber agua entre consumiciones para disminuir la deshidratación (sí, el alcohol deshidrata) o sepan cómo actuar ante un posible coma etílico, y dejen de mojar a las personas que se encuentran en esta situación porque es lo que “han visto en la tele”, por ejemplo.

Además, como sociedad adulta, creo necesario que hagamos juntas la reflexión de qué tipo de referentes somos para estas personas adolescentes y cómo respondemos a sus necesidades y demandas. La prevención de forma general, llega tarde a las aulas.

¿Cómo es posible que los talleres sobre sexualidades, se estén dando en 3º de la ESO, cuando se tienen 15 años, el cuerpo ya ha empezado a desarrollarse años atrás, en ocasiones ya se mantienen relaciones afectivas…y, ¿no antes de que suceda todo esto para dotarles de información, pensamiento crítico y herramientas para gestionar sus vivencias?. Con el uso de sustancias, pasa lo mismo. Es necesario implementar la prevención a edades más tempranas, y de forma continuada, adecuándose a su realidad más cercana. El informe ESTUDES, señala el inicio del consumo en los 14 años aproximadamente, pero la realidad nos muestra en programas que intervienen en botellones y eventos juveniles, que ya hay personas con menos edad llevando a cabo consumos de alcohol, bebidas energéticas y/o tabaco. Es imprescindible aplicar la prevención para retrasar la edad de inicio de consumo (si es que llega a darse), y en aquellos casos donde ya se ha iniciado un consumo, es necesario implementar la Reducción de riesgos.

Llegamos tarde y esto es nuestra responsabilidad, no la de ellxs. Reflexionemos.

Bibliografía

– OEDA. (2021).Encuesta sobre Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES). [Conjunto de datos]
– Diputación de Alicante. (2012). Género y drogas.
– Observatorio Vasco. (2005). Drogas de ocio y perspectiva de género en la CAPV.
– Energy Control, Sexus y Laris (2022). Formación Miradas entrecruzadas.
– Roa Polo M. (2018). Prevenir el consumo de alcohol y tabaco desde la perspectiva de género. CEAPA.
– Castaño V. (2014). Diferencias en la percepción de consumo recreativo de
drogas entre chicos y chicas jóvenes. Un análisis desde la perspectiva de género. Fundación Atenea.
– Sánchez L. (2008). Género y drogas. Xunta de Galicia.

 

Sara Siebers es agente de salud MIAS 2022. Trabajadora Social y agente de igualdad. Curiosa por naturaleza, en constante deconstrucción y aprendizaje. Defensora de la ESI en todas las escuelas, así como la inclusión del Modelo de Reducción de Riesgos en todos los talleres preventivos sobre usos de drogas.

“Dotemos a las personas de información y herramientas para que tomen sus propias decisiones. Dejemos de infantilizar e imponer a lxs demás cómo han de vivir”