RECURSOS

No me mires, soy yo

Actualizado el 03/03/21 a las 16:03

Antonio Merino

Consultor Internacional

En estos tiempos de mudanza, donde los contrarios ya no atienden a las leyes de la dialéctica, se ha producido una perversión del metalenguaje para crear palabras que nadie entiende, o para eludir todo un sistema referencial que formaba parte de una determinada manera de ver el mundo (la dichosa ideología). Es como volver a una suerte de metafísica de Spinoza pero sustituyendo al dios cristiano , como sustancia, por la sustancia de un algoritmo. Para entender este desafío tautológico o eres un necio o cualquier interpretación está de más, ya que es la realidad la que se encarga de explicar lo obvio. Suponemos que esa “disnea” que se produce en los márgenes de la razón nos atañe a todos, aunque salgamos a la calle, sin previo aviso y con la mascarilla puesta, como pollos sin cabeza.

Por ejemplo, cuando hablamos de plataformas digitales tenemos que saber cómo funcionan y de dónde generan su beneficio. Su crecimiento exponencial viene dado por la explotación y la gestión de lo ajeno (datos, tiempo, contenidos, infraestructuras…) que esas mismas plataformas denominan , de forma eufemística, “modelos de economía colaborativa”. Y no les falta razón , ya que surgen y se empoderan desde el fondo de la crisis del 2008 gracias a las inyecciones económicas multimillonarias del sector público. Como la “ Hidra de Lerna”, los mismos actores que saquearon las arcas se regeneran y crean un nuevo entramado que el profesor canadiense Nick Srnicek ha definido como de “interdependencia capitalista” , pero esta vez con forma de matrioska.

Plataformas tan distintas como Netflix, Uber o Apple alojan sus operaciones en los servidores de Amazon, por ejemplo, e incluso pequeñas y medianas empresas que no pertenecen a esas plataformas se ven forzadas a usarlas si quieren seguir con sus negocios, y si no lo hacen pronto se darán cuenta de que están muertos.

A todo esto, a través de la llamada web 2.0 convertida en el “salvavidas” del futuro tecnológico, los mercados especulativos siguen transformando nuestro mundo , el del día a día, desde la salud, la economía, la comunicación, la educación… Google y Facebook han sido capaces de poner en marcha una mecánica de lo más simple: crear necesidades que no existen. Es lo que yo llamo la “percepción sistémica del alienado” , algo que el joven Marx ya había adelantado en sus manuscritos filosóficos de 1844 pero que ahora, 170 años después, se traslada al consumidor transformado en mercancía.

La seducción hedonista que produce un cosmético, o cualquier suceso o acto, tan banal como inútil, reproducido en los millones de “falovers” que reciben a diario youtubers o marketers digitales, convierten a nuestra sociedad en un fracaso apegado al nihilismo más sangrante. Vivir produce una tremenda pereza. Tennessee Williams, maestro en descifrar la psicología del individuo, lo dejó bastante claro: “la felicidad consiste en lograr el más absoluto estado de indiferencia“. El mundo feliz de A. Huxley convertido en el mundo distópico de la servidumbre tecnológica.

El comportamiento humano diseccionado y usado para “entrenar algoritmos predictivos de inteligencia artificial“. La mercancía eres tú, y sus productos, con fecha de caducidad, son tus gustos, aficiones, deseos, relaciones. Cómo piensas, qué lees, si eres heterosexual o gay, si duermes solo o en compañía, si tus hijos calzan unas Nike, quiénes son tus amigos, tus series y películas favoritas, si eres una persona religiosa, qué deporte practicas, si eres vegano o carnívoro, si te gustan las mascotas… Todo se procesa, analiza y traduce al amparo de la información científica, estadística y sociológica puestas a su servicio para generar “modelos” de comportamiento que, en definitiva, son herramientas de control para satisfacer un consumo masivo.

No sin razón, la periodista Marta Peirano, señalaba en uno de sus lúcidos artículos que “en los últimos 15 años una docena de empresas han registrado la conducta de millones de personas cada minuto“. Se transforma, convertida en materia, la experiencia humana, pero también, con efectos devastadores, la adicción al consumo, la polarización de las clases sociales, la discriminación, la estratificación social y la deshumanización, con 82 millones de personas que viven en la pobreza más severa dentro de las puertas de nuestro continente blanco. El propio Erik Schmidt, presidente de Google, lo dejó bien claro cuando señalaba hace unos años las predicciones más realistas de ese nuevo mundo que acababan de crear: “ Si nos dais más información de vosotros mismos, de vuestros amigos, de vuestras familias, podemos mejorar la calidad de las búsquedas. No nos hace falta que tecleéis nada. Sabemos dónde estáis, sabemos dónde habéis estado. Podemos saber qué estáis pensando, qué deseáis “ .

Visto así produce terror, pero desgraciadamente la observancia del individuo no invita a pensar en una transformación de este estado de cosas, porque eso requiere de un esfuerzo que la sociedad nihilista no está dispuesta a llevar a cabo. Es como si un nazi hubiera abducido la mente de estos seres abyectos y desprovistos de toda ética. Shoshana Zuboff , profesora de la escuela de negocios de Harvard, lo llama “capitalismo de vigilancia”. La información perfectamente seleccionada, empaquetada y vendida en los mercados de futuro. Dentro de muy poco se pondrá en marcha en las Bolsas y en los nuevos mercados de Nueva York, Londres o Fráncfort, índices bursátiles de referencia donde el valor a cotizar ya no será el petróleo brent o metales como el aluminio, sino el conocimiento de nuestra propia existencia.

Aún así, todo nos parece dulce y confortable, felices con las nuevas innovaciones tecnológicas, deseando adquirir el último modelo de smartphone, o haciendo realidad nuestros sueños húmedos a través de las redes sociales. Los servicios on-line gratuitos, las apps que se ofrecen como regalo, son el mejor reclamo para acumular comportamientos sin que el ciudadano feliz, el que sale a la calle indignado porque no se le permite pasar las tardes apoyado en la barra de un bar en medio de una pandemia, pueda hacer nada. El profesor Han es bastante elocuente: «Pienso que estoy leyendo un ebook, pero en realidad es el ebook el que me lee a mí». Pero todo esto no es algo nuevo. Muchas veces, pensando en hacer un regalo a un ser querido, hemos optado por acceder a una de estas plataformas de venta, confiando en lograr un buen precio o la comodidad de un buen servicio. Al poco tiempo tu teléfono móvil se llenará de mensajes de lo más atractivos con todo tipo de ofertas, desde un viaje a Bali hasta un perfume o un maravilloso fin de semana en un Spa.

Algunos pensarán que es obvio que a cambio de unos servicios muy apegados al consumo, facilitemos a estas empresas nuestros datos. Y en cierto modo es así pero nadie te ha dicho que en esta democracia de trileros se pueda manipular tu vida para crear otro mundo en el que nosotros aparecemos como seres insignificantes, atrapados en la dependencia de nuestros miedos e inseguridades, en el sentimiento de culpa, en la impotencia que nos deja huérfanos de toda acción o compromiso. Ya no hace falta alimentar a los ejércitos para defender los intereses de la patria, porque los gobiernos que alientan ese sentimiento cambian y se mudan con la “fidelización emocional” , desde las campañas electorales hasta los fake news que revientan la ignorancia de sus votantes. O ejecutar a un supuesto enemigo, ya sea un empresario o un opositor político, haciendo “clic” desde cualquier oficina de Hong Kong o de Delaware.

Al final solo nos queda pensar en que hay preguntas obsolescentes y respuestas disfuncionales. En cualquier caso, si te llamo por teléfono o te envío un e-mail lo más probable es que después recibas una invitación para alojarte en el hotel Plaza de Nueva York, o para hacerte una depilación brasileña.

De antemano os pido perdón, pero tened en cuenta que a un algoritmo tan alegre como el mío no se le puede negar nada.

 

Categoría: Destacado
Temática:
Grupo de edad:
Persona de contacto:
Año:
Dirección:
Teléfono:
Web: