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Lenguaje y mujer

por | Actualizado el 22/05/13 a las 10:44

Como seres humanos inteligentes tenemos nuestra propia visión del mundo, somos capaces de crear  nuevas realidades, de sentirnos apasionados con lo que hacemos y de construir nuestra propia identidad. Y como necesitamos crecer, lo conseguimos a partir de establecer relaciones con nosotros mismos, con los  otros y con el mundo. Así, los seres humanos conversamos, leemos, escuchamos, opinamos o debatimos; en definitiva, generamos comunicación, que no es otra cosa que poner en «común» en un espacio privado o  público.

Habermas se sitúa en la polis griega para mostrar la separación entre el espacio privado (lugar de la familia , patriarcado y dominación) y el público (lugar de discusión, de opiniones y de deliberaciones), que correspondería al ágora griega.

A mi juicio, es interesante establecer ese paralelismo de espacios. Por un lado, el ágora, hoy ocupado por el ciberespacio y su lenguaje, como lugar donde los ciudadanos libres compartían la doxa (denominación platónica de opinión) para beneficio de la polis, pero donde mujeres, niños y esclavos no tenían cabida por no considerarse ciudadanos, no pasando de ser espectadores y receptores al mismo tiempo. Y por otro lado, el espacio privado, el del hogar, aún hoy considerado por muchos lugar más ligado a lo “femenino», y donde las mujeres, desde el punto de vista antropológico, han tenido que socializarse aprendiendo formas particulares comunicativas, siendo este espacio lugar donde la identidad se construye.

Si somos lo que somos a partir de las relaciones que establecemos con los demás, nuestra individualidad depende del sistema en el que nos encontremos y del sistema de lenguaje que conforme nuestra manera de relacionarnos. En definitiva, nuestra manera de comunicarnos.

 

¿Qué ha pasado con las mujeres y el lenguaje?

De manera natural pensamos que el lenguaje solo describe la realidad, el estado de las cosas. Si esto fuese así, la realidad y los objetos estarían mucho antes de que apareciese el lenguaje para describirlas, por lo que el lenguaje no pasaría de ser un descriptor, un elemento pasivo. Desde esta concepción, el lenguaje utilizado para referirse a las mujeres de manera discriminatoria y no en términos igualitarios respecto al varón conformarían la identidad de las mujeres, partiendo de que esa es una realidad auténtica.

Pero el lenguaje es acción, porque hablar es actuar. Según Wittgenstein, somos seres lingüísticos, nos desarrollamos en el lenguaje y ello sólo es posible si entendemos que el lenguaje como elemento comunicador es también movilizador. Cuando hablamos actuamos, y cuando actuamos cambiamos la realidad.

La comunicación, el tipo de lenguaje sexista, muestra una identidad femenina social injusta construida a partir de falsas realidades. Utilicemos la comunicación para crear conciencia de lo que supone ser mujer en desigualdad, y utilicemos el lenguaje para generar los cambios ya que, como sostiene el profesor Echeverría, es  una de las dimensiones nos hace humanos junto con las emociones y el cuerpo. Es imprescindible que hombres y mujeres propiciemos una comunicación inspiradora, fundamentada en la palabra y el sentimiento, en el hablar y escuchar, porque sólo así es posible sentirse querido y aceptado.

 

Josefina Sánchez Nasarre es Licenciada en Filosofía, Experta en Comunicación y Protocolo y Máster en Inteligencia Emocional y Coaching. Actualmente es alumna del Máster “Mujer y Salud” de la Universidad Complutense de Madrid.

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