
Qué pereza recordar o hacer el esfuerzo de recordar cómo pasó, por qué o cuáles fueron los motivos de esa acción de promoción de la salud a través de un programa que denominamos PAJEPS (Programa de Agentes Jóvenes en Educación para la Salud), que acaba de cumplir 22 años ininterrumpidos y sigue creciendo.
Pero también, qué orgullo saber que tuvimos una serie de apoyos en los primeros momentos que fueron facilitadores para que todo el trabajo invertido año tras años se convirtiera, probablemente, en el programa de continuidad más longevo dirigido a la juventud, por y para la juventud. Y no solo eso: también es un programa que ha servido como modelo europeo en el desarrollo de actividades de Educación para la Salud dentro del colectivo de jóvenes.
El comienzo está en un año tan significativo como 1995, cuando España preside el Consejo de la actual Unión Europea y la titular del Ministerio de Asuntos Sociales era Cristina Alberdi, reconocida abogada y feminista. El Ministerio estaba inmerso en la preparación del gran acontecimiento global que significaba la Conferencia Mundial de la Mujer en Pekín (1995) promovida por la ONU (Organización de la Naciones Unidas).
Sabíamos de la importancia y trascendencia de esa Conferencia y de la actividad española en ella, tanto de forma gubernamental como a través de las Organizaciones no Gubernamentales y otras entidades, muy activas en la lucha por la igualdad legal y real de los Derechos de las Mujeres.
Yo hacía poco que había abandonado la Presidencia de la Federación de Mujeres Progresistas de España, donde puse en marcha varios programas y proyectos, como “Mujer en Ruta” , pero especialmente me interesó poner en marcha un programa de Educación para la Salud dirigida a las mujeres.
Fue precisamente en este trabajo directo con las mujeres, muchas de ellas madres y trabajadoras, donde me preguntaban cómo llegar a sus hijas e hijos con un lenguaje fácil y comprensible para todos relacionados con la educación sexual, con los problemas y los miedos que tenían sobre el sida, las drogas, los trastornos de la alimentación…y un sin fin de problemas relacionados con su entorno familiar, social y laboral.
Esos miedos y dudas eran totalmente lógicos para una década como la de los ochenta, donde las drogas y el sida hacían su aparición con virulencia y extensión social. En la siguiente década de los noventa se arrastraban estos problemas y se añadían además los trastornos del comportamiento alimentario, el tabaquismo y los accidentes de moto, así como el desarraigo social y familiar del paro juvenil a pesar de los aumentos de estudiantes universitarios. Todo aderezado con la importancia de la influencia del grupo de iguales y el entorno familiar y/o social.
La impotencia de las madres y de los padres ante las respuestas ofrecidas por los jóvenes de “yo sé, yo puedo y a mí no me va a pasar nada” se reflejaba con la ausencia del diálogo, amén de la angustia de la familia sobre las compañías y amistades que influyen enormemente en las edades de la adolescencia y que tienen su desarrollo lógico en la juventud.
Pero el año 1995 fue un año de oportunidades y de un trabajo creativo y continuado, con un equipo humano muy joven y dispuesto a sacar adelante lo que, años más tarde, empezamos a disfrutar hoy. Teníamos, como siempre, el apoyo de nuestra «casa», el Hospital Clínico San Carlos; de un Ministerio muy sensible a los programas y proyectos con argumentaciones y acciones ejecutivas que ayudarían a transformar la realidad social de los grupos humanos según sus necesidades; y, por supuesto, teníamos una organización pionera en España que era la Asociación de Educación para la Salud (ADEPS), que fue la encargada de preparar el programa y de presentarlo a las convocatorias del IRPF del año en curso para obtener la ayuda económica que nos permitiría tener una coordinación profesional, una difusión adecuada y extensiva a todas las Comunidades propuestas, una valoración de candidaturas, unos profesores entregados al programa y una evaluación continua de las fases de trabajo y de la gestión.
Como el programa había surgido de la necesidad de comunicación entre padres y madres con los hijos, qué mejor que tuviéramos un gran número de jóvenes, chicos y chicas, que tuvieran más y mejor información. Y de temáticas muy variadas de salud desde el ámbito de la prevención de las enfermedades y/o accidentes, la educación para la salud y la promoción de la salud, para empoderar a la juventud en unas familias cada vez más diversas y más mermadas socialmente. En resumen, extraer juventud para hacer liderazgo.
Que la formación del programa sirviera para incrementar el conocimiento, pero sobre todo, que ayudara a la acción (aprender a aprender para hacer) a través de las metodologías y técnicas aplicadas en la Educación para la Salud. En resumen, activismo y acción de grupo.
Es cierto que como todo programa novedoso y que, en este caso, otorgaba todo el protagonismo a los jóvenes, asumió dudas, recelos y miedos para terminar creando amistades y grupos humanos muy valientes, además de generosos para volcar filantrópicamente a la sociedad de sus iguales y menores sus valores, conocimientos y experiencias. En resumen, como si fueran los hermanos mayores, primos y amigos en quienes poder confiar.