RECURSOS

La sexualidad inhibida en personas con discapacidad intelectual

Actualizado el 22/11/17 a las 07:31

Lucía Ruiz Mata

Enfermera y agente de salud del Programa PAJEPS 2017

Seguro que alguna vez te dijeron de pequeño/a: “¡Niño/a! ¡Eso no se hace!¡Eso no se toca!” Seguro que si nos ponemos a recordar nos vendrá a la mente más de una ocasión en la que nos respondieron alarmados con estas palabras, cuando nuestra pueril curiosidad e inocencia se cruzó con la sexualidad. 

Por aquel entonces la sociedad todavía tenía la sexualidad por tabú. Pero afortunadamente los tiempos han cambiado y podemos afirmar que la sexualidad forma parte importante de todo ser humano independientemente de su edad, sexo, condición o cultura. Para añadirle más valor queda demostrado que la sexualidad y salud son variables y factores relevantes en la calidad de vida.

Como ciudadana y, más aún, como profesional de la salud, he detectado que las personas con discapacidad intelectual están recibiendo una pobre o inexistente educación afectiva sexual. Es decir, que el derecho universal y la necesidad de abordar la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual se está sustituyendo en muchos casos por un silencio, por un mirar para otro lado impasible. ¿Por qué está ocurriendo esto? Desde mi punto de vista las barreras para que este grupo poblacional tenga a su alcance una educación para la salud de calidad provienen de dos orígenes: las dificultades propias y los estereotipos sociales.

Las personas con discapacidad intelectual tienen sus propias necesidades, dudas, intereses y demandas propias junto con ciertos impedimentos. No dar cabida y abrir espacios de educación específica y recursos de apoyo para  aclarar preguntas las sitúa en situaciones de desventaja y de mayor vulnerabilidad. En primer lugar sus posibilidades de acceder a información afectiva sexual son mucho más limitadas, ya que no siempre disponen de recursos específicos y fuentes fiables para llegar a esa información y educación. Otro hecho del que somos testigos es la sobreprotección a la que se enfrentan por parte de sus padres, madres o cuidadores/as. Esta sobreprotección, puede llegar a mermar su desarrollo personal. Estos déficits acrecientan aún más sus dificultades a la hora de relacionarse y adquirir habilidades sociales y para el aprendizaje. Creo que además hay que hacer referencia a la poca importancia que se le da a su intimidad, en espacio y tiempo. ¿Cuántas veces entramos a la habitación de una persona con discapacidad intelectual sin llamar o sin pedir permiso antes? Estas dificultades, entre otras, se pueden reducir con conciencia y trabajo mutuo.

Por otro lado, somos la sociedad quienes estamos en mayor medida impidiendo que personas con discapacidad intelectual avancen en materia de sexualidad. Seguimos tratándolas como eternos/as niños/as como si se hubiesen quedado en la infancia. Y por si fuera poco, los/as niños/as no son personas asexuadas.

La actitud de la población general, familias, profesionales frente a la sexualidad de la persona con discapacidad intelectual debería ser de naturalización y aceptación, de una sexualidad a la misma altura, con el mismo grado de importancia que el resto. En ocasiones, he podido observar cómo las personas que estamos en contacto con personas con discapacidad intelectual afrontamos de manera poco eficaz sus necesidades de la esfera afectiva sexual. Partimos de auto conceptos de la sexualidad arcaicos, represivos, equivocados y/o limitados. Seguimos avergonzándonos del cuerpo desnudo si éste no es como el del anuncio de televisión. Continuamos relacionando sexualidad con infecciones de transmisión sexual, embarazos no deseados y abusos, y obviando la gran importancia de conocernos y aceptarnos como personas sexuadas. Nos empeñamos en practicar la penetración como única forma de manifestar nuestra erótica y como única forma de mantener una relación sexual plena, existiendo muchas otras posibilidades. Es hora de dejar de repetir patrones y fortalecer una educación afectivo sexual saludable entre todas y todos; familias, técnicos, profesionales, sociedad, instituciones, etc. 

En definitiva, el conjunto de la población debe implicarse en la tarea de educar en salud afectivo sexual a las personas con discapacidad intelectual. Nuestro grado de conocimiento, actitudes, auto conceptos y prejuicios hacia la sexualidad afectan indudablemente al proceso educativo. Educar no es sólo trabajo de las escuelas o centros de día, se educa también a través de la convivencia, de compartir espacios comunes. Necesitamos partir de una auto evaluación personal y crecer a través de la educación para la salud para transmitir de manera saludable la información y conocimiento. Asimismo deberíamos reconsiderar a las personas con discapacidad intelectual para que en la medida de sus posibilidades alcancen mayor autonomía. La Educación para la Salud debe ser interpretada como una herramienta para que puedan cultivarse personalmente y sacar el máximo aprovechamiento de una educación afectiva sexual eficaz y plena que mejores su calidad de vida.
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