ARTÍCULOS DE OPINIÓN

La sexualidad de las personas con discapacidad intelectual

Actualizado el 18/05/10 a las 23:30

Carlos de la Cruz
Muchas veces se comete el error de pretender descubrir que las personas con discapacidad intelectual (DI) tienen sexualidad. Como si sus padres, sus madres o los profesionales no lo supieran. Por supuesto que lo saben. Además saben que los mitos son mitos y que, por eso, ni es una sexualidad dormida ni se ha de presentar necesariamente de manera desbocada.

Saben además más cosas: que no hay nadie mejor o peor. Que cada hombre y cada mujer es único e irrepetible, y no hay primeras ni segundas categorías. Pues bien, fijándonos en la sexualidad, sucede algo parecido, que no hay sexualidad, que hay sexualidades y que todas merecen la pena.

Para entender esto, es imprescindible dejar de pensar en la sexualidad como algo que sucede sólo entre los genitales, sólo entre los jóvenes o sólo entre los guapos. Esa es únicamente una posibilidad. La sexualidad son muchas más cosas y en todas la etapas de la vida, con o sin pareja. Hablamos de sexualidad y hablamos de sentirse hombre o de sentirse mujer, de todo el cuerpo y no sólo de los genitales, de las caricias, de los besos, de la masturbación… de muchas cosas y de muchas posibilidades. Incluso hablamos de quien tenga poco o nulo interés por todos estos temas.

Por eso creemos que es absolutamente necesario tratar de educar y de atender la sexualidad de hombres y mujeres con DI (ya lo era desde que eran niños y niñas) Porque queremos educar a la persona completa y porque queremos integrarles en la sociedad en la que vivimos.

Es importante contribuir a que hombres y mujeres con DI aprendan a conocerse, a saber cómo son y cómo funcionan, sus genitales y su cuerpo, sobre su sexo y sobre el otro, sobre la reproducción y el placer. Lo sensato es procurar que aprendan tanto como se pueda y que el límite sea su capacidad de aprendizaje.

Es importante contribuir a que hombres y mujeres con DI aprendan a aceptarse, a sentir que están en el mismo terreno de juego que el resto de hombres o el resto de mujeres, a que son dignos y dignas de ser queridos. Para ello, además de palabras es imprescindible transmitirles afectos y enseñarles a expresar y reconocer emociones. A que puedan mostrarse tal y como son y a que así, de ese modo, se les acepta.

Es importante contribuir a que hombres y mujeres con DI aprendan a expresar su sexualidad de modo que resulte satisfactoria. Aprendiendo lo adecuado y lo inadecuado, la importancia del respeto y de que las relaciones sexuales son ante todo relaciones personales. El objetivo no es hacer o no hacer… el objetivo es que lo que se haga se resuelva de modo que resulte satisfactorio para todos.

Es curioso, pero si estos tres últimos párrafos los leyéramos quitando las palabras “con DI” valdrían para el resto de hombres y mujeres. Y es que en lo sustantivo hablamos de lo mismo: de la sexualidad de hombres y mujeres. Por eso son los mismos objetivos.

¿Las diferencias? Que quizás hablando de personas con DI tengamos que poner algo más de empeño y esfuerzo en contarles cosas y en que aprendan que cuentan con nosotros. Más empeño en ofrecerles y respetarles su intimidad, así como su pudor y su desnudo. Tendremos que recordar que crecen y cambian algunas cosas, no podemos tratarles siempre como niños o niñas… y llegado el caso tendremos que enseñarles algunas conductas u ofrecerles alternativas a las que se presentan de manera inadecuada.

En definitiva, tendremos que hacer con lo sexual lo que se ha hecho con otros muchos aspectos. Hacer todo lo posible por mejorar, a sabiendas que en cada caso las soluciones pueden ser muy distintas. Lo importante: tener claro que sólo crece lo que se cultiva y sólo se resuelve lo que somos capaces de afrontar. Las sexualidades de las personas con discapacidad merecen ese esfuerzo.

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