RECURSOS

La promoción de estilos de vida saludables en el currículo académico desde una perspectiva integral

Actualizado el 04/12/18 a las 17:21

Susana Prats Álvarez

Educadora Social y Trabajadora Social. Agente Joven en Educación para la Salud (PAJEPS 2018)

En la sociedad se observa que a las niñas y a los niños se les enseña a andar, a hablar, a comportarse, se les transmiten conocimientos teóricos y prácticos, etc. pero no se les enseña qué hacer con las emociones. Lo vamos aprendiendo a base de ensayo error siguiendo los modelos de personas adultas que también han aprendido solas. En muchas ocasiones no sabemos cómo gestionar nuestras habilidades relacionadas con la inteligencia emocional porque no nos han enseñado a ello.

El modelo de habilidad de Mayer y Salovey (1997) considera que la inteligencia emocional, que es la capacidad para reconocer los sentimientos propios y ajenos, se conceptualiza a través de cuatro habilidades básicas, que son:
  • La habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud;
  • La habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento;
  • La habilidad para comprender emociones;
  • El conocimiento emocional e intelectual.
Cabe destacar que las carencias en estas habilidades afectan a los y las adolescentes tanto dentro como fuera del contexto escolar. Según Pacheco y Fernández-Berrocal (2004) algunos de los problemas asociados a la baja estimulación de la inteligencia emocional serían cuatro:
  • Déficit en los niveles de bienestar y ajuste psicológico del alumnado.
  • Disminución en la cantidad y calidad de las relaciones interpersonales.
  • Descenso del rendimiento académico.
  • Aparición de conductas disruptivas y adicciones (consumo de sustancias adictivas, ludopatía, adicción al uso de las nuevas tecnologías…).

Las habilidades para comprender y manejar las propias emociones, así como ser capaz de extrapolar las habilidades de percepción, comprensión y manejo a las emociones de las demás personas juegan un papel muy importante en el establecimiento, mantenimiento y la calidad de las relaciones interpersonales.

Estas habilidades interpersonales son un componente de la vida social que ayuda a las personas a interactuar y obtener beneficios mutuos. Es decir, las habilidades sociales tienden a ser recíprocas, de tal manera que la persona que desarrolla y posee unas competencias sociales adecuadas con las demás es más probable que reciba una buena consideración y un buen trato por la otra parte, sin olvidar que el apoyo social ayuda a regular el impacto negativo de los estresores cotidianos. (Pacheco y Fernández-Berrocal, 2004: 3).

La adolescencia es considerada una etapa conflictiva, de inmadurez e irresponsabilidad. Frente a estos prejuicios sociales, que afectan negativamente a las relaciones en el contexto escolar, familiar y social, la promoción de la salud, en su sentido más amplio, debe incluirse en el currículo académico de las escuelas de manera integral y transversal utilizando un enfoque del desarrollo adolescente positivo. Éste se trata de “una perspectiva centrada en el bienestar, que pone un énfasis especial en la existencia de condiciones saludables y expande el concepto de salud para incluir las habilidades, conductas y competencias necesarias para tener éxito en la vida social, académica y profesional” (Oliva, Hernando, et. al. 2008: 17). Es decir,  la promoción de estilos de vida saludables no deberá centrarse únicamente en las necesidades y carencias que se detectan en las y los adolescentes, sino también en sus potencialidades, competencias y capacidades diferentes.

Según la Organización Mundial de la Salud, los estilos de vida saludables son formas de vida que comprenden aspectos materiales, organizacionales y comportamentales, como por ejemplo, vivir en un ambiente saludable, tener relaciones armoniosas, adecuada autoestima, buena comunicación, conductas saludables, etc. 

Por tanto, la adopción de una perspectiva integral y la estimulación de las habilidades sociales y emocionales, así como la sensibilización en problemáticas sociales, suponen las bases fundamentales para la prevención de conductas consideradas de riesgo (sedentarismo, mala nutrición, alcoholismo, adicciones, etc.) y, por lo tanto, para la promoción de la salud tanto en la adolescencia como en todas las etapas de la vida. La escuela es un lugar privilegiado donde aplicar estos contenidos y estrategias, de hecho existen numerosos programas de intervención que trabajan en pro de lo descrito anteriormente. Aún así, consideramos que se tratan de acciones puntuales que no son suficientes, por lo que el currículo educativo debería integrar, de manera permanente y transversal a todas las materias, la prevención y la promoción de estilos de vida saludables para así favorecer al máximo el desarrollo de las personas.
 

BIBLIOGRAFÍA

Mayer, J. & Salovey, P. (1997) “What is emotional intelligence?” En P. Salovey y D. Sluyter (Eds.) Emotional Development and Emotional Intelligence: Implications for Educators (pg 3-31) New York: Basic Books. 

Pacheco, N. E., & Fernández-Berrocal, P. (2004). El papel de la inteligencia emocional en el alumnado: evidencias empíricas. Revista electrónica de investigación educativa, 6(2).
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