
Siempre he respetado el derecho de todos a tener nuestras propias ideas, creencias, y formas de vivir y expresarnos; pero particularmente, suelo buscar el equilibrio en todos los aspectos y huyo de los extremos.
En mi entorno no he apreciado discriminaciones graves hacia las mujeres y, quizás por eso, sólo había captado del feminismo los detalles más chocantes; frases como: “Que sufran ellos lo mismo que nosotras hemos sufrido”. A ver, el feminismo es el machismo dado la vuelta, me decía a mí misma.
Y lo primero que descubro al empezar los talleres del programa, es que para denominar a ese extremo tan semejante al MACHISMO (superioridad del hombre con respecto a la mujer) se utiliza el término HEMBRISMO (superioridad de la mujer con respecto al hombre), y que esas actitudes tan extremistas y que tan raras me parecían, me habían hecho formarme una idea equivocada de lo que realmente defiende el feminismo, que no es otra cosa que la igualdad entre hombres y mujeres. Justo ese equilibrio que a mí tanto me gusta.
Por supuesto, encajé en el grupo porque era lógico que, como mujer, lo hiciera.
Lo que me ha aportado la asistencia a estos talleres, más que conocimientos, ha sido estrategias para identificar detalles tan sutiles, que pasan desapercibidos en nuestra rutina cotidiana, desde una edad muy temprana, hasta la vejez; y que influyen en las decisiones que tomamos y en la forma de valorar ciertas experiencias a lo largo de nuestra vida, sólo por el hecho de ser mujeres.
En cuanto a la relación que esto tiene con la salud, tenemos un buen punto de partida, tomando como referencia la definición que la OMS (Organización Mundial de la Salud) nos da: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
Centrándonos en las mujeres, y considerando que el bienestar social a que se hace referencia es un estado de satisfacción con el hecho de pertenecer a una comunidad, y sentirnos aceptadas por ella; aunque muchos de los estereotipos y roles de género que la sociedad nos impone son auténticas barreras a la hora de desarrollarnos como personas, podemos sentirnos obligadas a asumirlos para lograr esa aceptación. Muchas veces, estar a la altura de las exigencias que estas actitudes conllevan, puede suponer una gran carga; esto dará lugar a un estado de estrés continuo, que terminará afectándonos emocionalmente. Con respecto al bienestar mental, está demostrado que el estado emocional influye en el estado físico, haciéndonos vulnerables ante las enfermedades.
Y una vez vista la relación, no es difícil razonar que este tipo de discriminaciones o encasillamientos, producen el mismo efecto aplicados a cualquier grupo social. Por citar algún ejemplo, vemos esto con frecuencia, cuando se menosprecia a un hombre que se hace cargo de las tareas del hogar o del cuidado de sus hijos (vaya marujón); o no se valora la opinión de los jóvenes (qué sabrán ellos); o se da por hecho que a cierta edad hay que retirarse de la circulación (dónde irá a su edad). Todas son formas de limitar la libre expresión y actuación de la persona, y van a producir el mismo efecto emocional. Luego, lo ideal sería no entrar en esa dinámica.
Volviendo a las mujeres y a cómo desenvolverse ante esta situación, diría que no se trata de adoptar o no ciertos roles, sino de sentirnosa gusto con los roles que asumamos, y ser conscientes de que hemos elegido ese comportamiento porque nos satisface y no porque, como mujeres, estemos obligadas a ello.
Es cuestión de tener claro que, antes que mujeres somos personas. Aunque hayamos asumido roles que forman parte de nuestro día a día, podemos sustituirlos por otros, según se presenten las circunstancias, y seguiremos siendo la misma persona. Por tanto, nuestra primera responsabilidad debería ser ocuparnos de nosotras mismas.