
La familia también ha sufrido grandes trasformaciones durante la segunda mitad del siglo XX. Hemos pasado de la familia extensiva tradicional, como comunidad de necesidades autosuficiente dedicada a un oficio que daba trabajo a padres e hijos, a la familia nuclear como un proyecto de vida en común, libremente elegido. Esta nueva familia, donde mayoritariamente padres y madres trabajan fuera, depende hoy de toda una serie de servicios, fundamentalmente educativos y socio-sanitarios. Quiero puntualizar que cuando hablo de familia hago extensible el término a unas realidades familiares con una estructura, miembros y relaciones actualmente muy diversas. Por tanto, estamos hablando de nuevos modelos de familia: monoparental, homofamilias, reconstituidas, intercultural, etc.. nuevas formas de convivencia, nuevos valores que afectan a la igualdad de las mujeres y nuevos estilos educativos y relacionales.
“Nuestra juventud ama el lujo, tiene malos modales, menosprecia la autoridad y no tiene ningún respeto a los mayores. Los niños de nuestra época son tiranos, ya no se levantan y esclavizan a su maestro”. Sócrates escribió esta frase hace veinticinco siglos. Está demostrado que por mucho que el mundo avance y accedamos a cotas de conocimiento maravillosas, que enriquecen sin duda a las nuevas generaciones y las hacen cada vez más distintas a las anteriores, hay cosas que se resisten a cambiar. Frente a los valores actuales de la producción, el dinero y la competición, nuestra sociedad debe caracterizarse por un verdadero cuidado de lo humano. Con frecuencia utilizamos la palabra “adaptación”, nos adaptamos a las situaciones, en definitiva a los valores imperantes. Pero no es que queramos adaptarnos a lo que sucede o ha sucedido, sino que queremos que suceda, al menos en buena medida, aquello que nosotros somos capaces de diseñar como más apropiado y a escala de la dignidad humana. Este papel de anticipación, de prevención, “saber para prever, prever para prevenir”, es la gran capacidad distintiva, junto con la creatividad, de la especie humana (Mayor Zaragoza, 2004).
Desde este planteamiento, la educación para la salud y la participación comunitaria emergen como estrategias fundamentales para diseñar un futuro mejor, para conseguir una adecuada promoción de la salud y un desarrollo sostenible de nuestras sociedades. Desde este modelo comunitario, la salud es considerada un asunto social, resultado del equilibrio entre diferentes sistemas (individual, familiar y ambiental) y trata de promover cambios en el comportamiento de la población partiendo de su cultura y sus valores. En el proceso de socialización de los y las menores, de “hacerse personas”, influyen muchos factores, tanto individuales como factores del entorno más inmediato, y ahí es donde la familia, como núcleo fundamental de crianza y socialización en la infancia, sigue teniendo un papel primordial en la transmisión de valores, creencias, ideas, etc., junto con otros entornos como son el escolar, o la comunidad.
Todos estos factores son importantes pero aquí me centraré en la importancia de la familia, de los actuales modelos de familia. La primera forma de enfrentarnos a los problemas hoy en día es plantear que los problemas son sociales, que los problemas son de todos, porque los hijos y su educación son un bien inestimable. De ahí la necesidad de apoyar a las familias, aumentando sus recursos para que puedan desarrollar con éxito su función educativa, promoviendo relaciones familiares positivas y preventivas. Desde una ideología progresista y desde los movimientos de renovación pedagógica siempre se ha defendido que, como elemento de igualdad social, cuanta más educación mejor, y de ahí la ampliación de la escolarización obligatoria desde los seis a los dieciséis años. Estas medidas han supuesto un gran avance, no cabe duda, pero la realidad nos ha demostrado que muchas veces no es suficiente. El entorno familiar también es determinante y actualmente muchas familias son más frágiles y vulnerables por múltiples factores: falta de recursos económicos, largas jornadas laborales de ambos miembros de la pareja, aumento de familias inmigrantes, de familias monoparentales ó mejor dicho monomarentales… y como consecuencia de ello manifiestan que no tienen el tiempo, las energías, los conocimientos ni las estrategias suficientes para cumplir con su rol fundamental, siendo esta función sin embargo una de sus principales preocupaciones.
Es decir, existe una alta implicación ética y emocional a la vez que una situación vital desbordada por las obligaciones diarias, según datos del estudio: “Las Familias madrileñas: características y necesidades” realizado por el Ayuntamiento de Madrid (2005). Llegado a este punto, lo que no podemos hacer es decir “la educación, a la escuela”. Sabiendo que la responsabilidad es compartida, lo importante es la comunicación y cooperación entre la familia y la escuela, buscar la complicidad entre los distintos agentes es fundamental, pero ninguno puede adquirir un papel que no es el suyo.
Así nacieron en los años 90 los programas de formación, orientación y apoyo a las familias, promovidas tanto desde las administraciones públicas como desde la iniciativa social. La Ley 6/95 de Garantías y Derechos de la Infancia y la Adolescencia en la Comunidad de Madrid recoge que: “Las Administraciones Públicas… ofrecerán a los padres… los medios de información y formación adecuados para ayudarles a cumplir con sus responsabilidades…”. (Art. 8). Denominadas inicial y significativamente Escuelas de Padres aunque mayoritariamente asistieran las madres, y actualmente llamadas Escuelas de Familia, propician un acercamiento vivencial a orientaciones, pautas, criterios y estrategias básicas, en relación con la comunicación en la familia, la vida afectiva, el ejercicio de la autoridad, la organización del hogar y la participación en la escuela y el medio social próximo.
En definitiva, el objetivo de estos programas es la adquisición de pautas saludables de dinámica familiar. Mejorar la comunicación, aprendiendo los efectos positivos de establecer un estilo de relación basado en una escucha activa, la adecuada resolución de conflictos, la capacidad de formular críticas y aceptarlas y de expresar opiniones como base para una relación positiva con sus hijos e hijas. Destacando también la importancia de la afectividad en las relaciones, con pautas para conseguir una autoestima adecuada, la expresión de los afectos y sentimientos, el control de las emociones. Sin olvidar la importancia de las normas en la vida familiar, con pautas para incorporar a los hijos e hijas en la organización del hogar, la superación de conflictos cotidianos, la capacidad de negociar normas y la importancia preventiva del establecimiento de límites como favorecedores de su autonomía y desarrollo. Porque sólo en un clima de comunicación, respeto y afecto, con normas claras y consensuadas, puede darse una adecuada y efectiva transmisión de valores, de actitudes, de conocimientos y un aprendizaje real de conductas preventivas y saludables.
Hay que reflexionar sobre la familia como sistema integrado en una red de relaciones sociales comunitarias. Destacando la importancia preventiva de la participación social en la escuela y en el entorno, porque a veces conocemos más a los “personajes de la tele” que a nuestros vecinos; potenciando un uso positivo y saludable del ocio y tiempo libre. Y por último, un tema de absoluta actualidad, la influencia de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, los otros canales a través de los que se están educando actualmente los y las menores en una sociedad, como hemos dicho, hipertecnológica. Los padres y las madres deben conocer mejor estos medios, para que no sean un lugar de desencuentro, aprovechar su riqueza y prevenir y evitar sus riesgos.
El objetivo final es apoyar a las familias para que puedan educar a sus hijos e hijas para que sean capaces de decidir su futuro con responsabilidad, capacitándoles para que en la actual sociedad de la información puedan trasformar esta información en conocimiento. Educándoles para que sean libres y felices, desde el compromiso con su entorno; y esto conlleva siempre un criterio de sostenibilidad, de promoción de la salud propia y de la salud en la comunidad. Entendiendo la salud desde un punto de vista integral, bio-psico-social, como la “capacidad para realizar el propio potencial y responder de forma positiva a los retos del ambiente” (Nutbeam, 1986). Donde aprender la salud es sobre todo aprender a vivir, siguiendo la iniciativa de la OMS, que ya en 1993 promueve las “habilidades para la vida”, competencias psicosociales básicas para fomentar la salud y los estilos de vida saludables.
Y para finalizar, quiero explicar el título de este artículo: LA MOCHILA es una metáfora que yo he utilizado durante muchos años cuando he realizado programas de formación con familias en un municipio de la sierra madrileña donde, durante 20 años, he trabajado desarrollando programas de educación y promoción de la salud. Yo les decía a los padres y las madres que para educar tenían lo primero que comprar una mochila para sus hijos e hijas. Esta debía ser de buena calidad, porque tenía que ser resistente, aunque “lo que metemos en ella no pesa mucho” porque son sustantivos abstractos como diría mi hijo; los conocimientos y valores que trasmitimos a nuestros hijos e hijas: el esfuerzo, la cooperación, la curiosidad, la responsabilidad, la autonomía, el respeto, la tolerancia, la diversidad, la motivación, la autoestima, el aprendizaje continuo, la aceptación del error.., deben durarles toda la vida. La mochila tiene que ser también cómoda, para que no tengan ganas de quitársela ante cualquier contratiempo y tienen que reconocerla como propia, por ejemplo “si se la quitan un rato para jugar en el patio del cole”, asumiendo para ello como propio lo que tienen dentro. Por último, también es importante dejar “espacio libre” para que puedan meter también “sus cosas”. Esta mochila la llevaran siempre con ellos y deberán decidir sacar de ella lo que necesiten en cada momento; porque nosotros, y esto es un proceso necesario y evolutivo, no vamos a estar siempre ahí para ayudarles a tomar decisiones, para elegir… en definitiva para vivir.
Porque “Saber elegir. Vivir es saber elegir” (Baltasar Gracián, 1647)