
La «ecuación» que lo explica sería la siguiente:
Persona con síntomas de Enfermedad + Sustancia médica diluida = Sano
¿Cómo conseguir esto? El padre de la homeopatía, Hahnemann, elaboró un proceso, la dinamización, por el cual diluía una parte de sustancia en 100 de agua destilada/alcohol/lactosa y tras este proceso energizaba la fórmula (sucusión) golpeándola de forma vigorosa. Este proceso se repetía hasta 30 veces, argumentando que cuanto más diluida estuviera la sustancia, más efecto tendría.
Científicamente está demostrado que no es posible encontrar un átomo de una sustancia en una dilución mayor a 10^24, lo que se corresponde con realizar la dinamización 12 veces. Entonces, ¿qué es lo que está actuando? Los defensores de la homeopatía hablan de que los medios en los que diluyen las sustancias tienen “memoria” y son capaces de retener las propiedades terapéuticas de la sustancia aunque no quede nada de ella en el preparado… Cada cual que saque sus propias conclusiones sobre lo factible de esos hechos.
Es aquí donde entra a colación el efecto placebo. En la homeopatía se presta mucha atención a establecer una buena relación médico-paciente; a dedicar tiempo (ése del que se carece en una consulta pública por temas de gestión/horarios); a realizar una historia clínica completa y detallada que aborde no solo la patología por la que el paciente se presenta en consulta, sino a todo él como individuo. Todo esto crea un ambiente que favorece la percepción de la figura del facultativo como la persona que tiene la solución de todos los problemas, jugando así con el componente psicológico de cualquier enfermedad. Y es que hay estudios que demuestran que pacientes con dolencias pueden mejorar, aunque el tratamiento sea a base de medicamentos sin ningún tipo de acción terapéutica, y que el beneficio aumenta conforme mayor es la intervención: hay más mejoría con dos pastillas que con una, y aún más si el “medicamento” se introduce por vía parenteral en lugar de oral.