
Si desde el momento en que nacemos expresamos emociones ¿Por qué a veces nos cuesta identificarlas y dar nombre a lo que sentimos?, ¿Cuándo comenzamos a guardarnos y reprimir nuestros afectos? ¿Por qué nos cuesta tanto mostrarnos vulnerables o expresar a los demás lo que nos molesta adecuadamente? ¿Qué ha pasado por el camino que nos hemos vuelto más insensibles y a veces incluso analfabetos emocionales?
Seguramente en más de una ocasión hemos escuchado en alguna etapa de nuestra vida las continuas negativas para no expresar nuestras emociones, cuando nuestra verdadera necesidad natural era manifestarlas: “no llores”, “no chilles”, “no te enfades”, “no estés triste”. Pienso que el origen del problema pienso está relacionado fuertemente con la educación recibida desde pequeños y en los cánones impuestos socialmente donde hay una tendencia al uso de la razón por encima de la emoción. Una cultura que nos enseña a comportarnos “racionalmente”, y a dejar de lado o bien a no expresar abiertamente ni a compartir ciertas “emociones negativas” como la tristeza, la frustración o el miedo.
Igual que una persona anémica necesita fuente de hierro o una persona diabético debería evitar el consumo de azúcar ya que de incumplirlo podría acarrear consecuencias negativas para su salud lo mismo sucede con las emociones; una emoción inhibida o mal gestionada, puede llegar a cronificarse pudiendo generar un impacto negativo en nuestra salud integral. Por el contrario, una emoción bien expresada y compartida con los demás puede generar alivio y bienestar: “contar lo que nos sucede en situaciones difíciles tiene un efector liberador… se experimenta alivio cuando las emociones son expresadas y compartidas por otros” (2) y «todas las emociones, ya sean positivas o negativas, son adaptativas en las circunstancias correctas. La clave parece ser encontrar un equilibrio entre ambas» (3).
En esta línea de estudios de la relación de las emociones con la enfermedad, la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) realiza un trabajo muy interesante en su labor por prevenir el cáncer desde la infancia, enseñando a los más pequeños a conocer y controlar sus emociones, a continuación comparto la Guía que han desarrollado llamada: «Emociones. Comprenderlas para vivir mejor» que explica de un modo muy visual las principales emociones que existen y la mejor manera de identificarlas, comprenderlas, expresarlas y hasta controlarlas para que los niños y niñas, a la vez que van creciendo, desarrollen una buena salud emocional (4).
Pienso que a veces los adultos nos asustamos cuando los niños y niñas expresan enfado, rabia o tristeza, como si implicara un riesgo para su correcto desarrollo y formación de su personalidad, en vez de verlo como una oportunidad para enseñarles a gestionar y modular los afectos en las relaciones con los demás de manera adaptativa. Todas las personas necesitamos educarnos en la gestión de emociones en la escuela y en diferentes contextos.
Como profesional del área de educación y como agente de salud, veo que tenemos un desafío y un reto que es: además de impartir las áreas curriculares básicas (matemáticas, lengua, ciencias sociales…) formar personas capaces de gestionar su salud y esto exige integrar dentro del currículo académico la educación emocional logrando que los alumnos alcancen su pleno desarrollo no sólo cognitivo sino personal.
Una iniciativa especialmente interesante es la metodología que desarrolla el profesor japonés Toshiro Kanamori, que además de enseñar conocimientos teóricos les aporta habilidades para la vida. Su programa académico busca desarrollar la empatía y la capacidad de disfrutar de la vida, asimismo enseña a cómo manejar relaciones difíciles, como afrontar por ejemplo la perdida de seres queridos y como apoyar a los compañeros/as cuando están atravesando un momento difícil. Entrenan habilidades comunicativas para reconocer y dar nombre a lo que sentimos, enseña técnicas de relajación para favorecer que la persona se mantenga tranquila en situaciones estresantes, actividades para el autoconocimiento, escribir las cualidades positivas de cada uno, entre otras. (5).
Hay disponible multitud de material digital con los que introducirse y trabajar la educación emocional con niños/as y adultos tanto en las escuelas como en casa. Recomiendo especialmente para el trabajo con jóvenes y niños estos materiales audiovisuales que ofrecen 12 cortometrajes para trabajar emociones como el enfado, el miedo, la empatía y valores como la amistad, la cooperación (6).
Finalmente, veo que desde distintas áreas se está avanzando en el desafío promover la educación emocional desde edades tempranas para que las nuevas generaciones adquieran mecanismos de afrontamiento antes las distintas situaciones problemáticas y estresantes que les tocará vivir educarles y prepararles para afrontar la vida y convivir de manera feliz.
Referencias bibliográficas
1. Ana Muñoz: “La expresión de emociones y sentimientos” (https://www.aboutespanol.com/la-expresion-de-emociones-y-sentimientos-2396292).
2. Equipo de Intervención en Crisis del Centro de Estudios y Promoción del Buen Trato de la PUC: https://www.racoinfantil.com/fichas-y-materiales/las-emociones.
3. Dra. Bárbara L. Fredrickson, psicóloga y experta en bienestar emocional. U. de Carolina del Norte en Chapel Hill https://salud.nih.gov/articulo/las-emociones-positivas-y-su-salud.
4. Asociación Española contra el Cáncer (AECC). Guía «Emociones. Comprenderlas para vivir mejor». https://www.fundadeps.org/recursos/documentos/204/GUIAEMOCIONES_v2.pdf.
5. Tshiro Kanamori. http://www.enbuenasmanos.com/metodo-toshiro-kanamori.
6. Cortometrajes para trabajar con las emociones. http://www.educaciontrespuntocero.com/recursos/cortometrajes-para-trabajar-la-inteligencia-emocional-la-empatia/20196.html.