RECURSOS

¿Cuidas o trabajas?

José Ángel Lozoya Gómez.

Miembro del Foro y de la Red de Hombres por la Igualdad.

El mes pasado de junio, la «Plataforma por Permisos Individuales e Intransferibles de Nacimiento o Adopción» PPiiNA tuvo la deferencia de invitarme a participar en unas Jornadas Europeas que organizó en Madrid. La PPiiNA www.igualeseintransferibles.org es una de las pocas iniciativas que miran para adelante en tiempos de crisis, uniendo en torno a esta reivindicación a muchas personas y organizaciones: feministas, mixtas y de hombres por la igualdad.

Pero lo que quiero comentar surge de la presentación de mi querido amigo Mariano Nieto quien, tras comentar que mi ocupación principal eran las tareas domésticas, añadió que aunque en mi currículo no cito mi formación académica, tenerla la tengo. La anécdota no tiene mayor importancia: fue un detalle cariñoso de Mariano destinado a que la gente me acogiera con afecto, que yo uní a un comentario posterior sobre la necesidad de poner en valor los cuidados.

Los estudios y los cuidados son datos que parecen repelerse entre sí en los currículos, los títulos dan estatus a quien no tiene demasiado poder real —a nadie le preocupan especialmente los títulos académicos del dueño de Zara— y solemos presentar a la gente citando al mismo tiempo su profesión, sobre todo si tienen estudios universitarios, porque al parecer esto aporta más información relevante que lo que les motiva o si son buenas o malas personas.

Se suele dar credibilidad a quienes tienen una sólida formación académica, aunque hablen de cosas que no dominan. Esto lo tienen muy en cuenta los medios de comunicación y las organizaciones políticas. Los medios me han presentado, sin consultarme, con distintos títulos, y todos/as hemos visto desaparecer de las candidaturas electorales a la gente sin estudios universitarios a medida que se «consolidaba» la democracia y los partidos se convertían en gestores del sistema.

Por contra, la dedicación a lo doméstico y a los cuidados no suele figurar en los currículos «vitae», salvo que busquemos trabajos como empleadas(os) del hogar; se trata de una experiencia que sugiere poca cultura (perdón, formación reglada), poca capacidad de iniciativa y menos aspiraciones. De hecho, las mujeres empoderadas solo se refieren a estos quehaceres para denunciar la desigualdad de género en general, la que sufren en relación a los hombres con los que rivalizan o con los que comparten el espacio público, y cuando quieren que el resto de las mujeres las sienta más cercanas.

En el caso de los varones, es sabido que nuestra resistencia a lo doméstico y a los cuidados supone el mayor obstáculo para el logro de la igualdad entre mujeres y hombres. Todos sabemos —aunque sea de oídas— lo que tienen de monótonos y que todo/a el/la que puede paga para que se lo hagan. Solo percibimos lo importantes que son para el mantenimiento de la vida cuando no podemos evitar asumirlos.

Siempre que se elogia a un hombre que asume lo doméstico hay quien se pregunta en voz alta (generalmente mujeres) por qué hay que felicitarle, si se limita a hacer lo que le corresponde, lo que ellas han hecho toda la vida sin que se les valore. Estas personas no suelen tener reparos (yo tampoco) en reconocer como pioneras de la igualdad a las primeras que desarrollan cualquier actividad muy masculinizada, ayer una picadora en un pozo de carbón y mañana una catedrática de ginecología.

Así las cosas, damos a entender que la conquista de lo público, lo remunerado, lo que implica poder personal y social, lo tradicionalmente masculino, es lo meritorio, y que los hombres «degeneran» asumiendo tereas muy feminizadas que no entrañan dificultad ni tienen más merito que el de cualquier acto de justicia distributiva. Es como si lo de ellas fuera una hazaña y lo nuestro solo una obligación.

Sin cuestionar jerarquías ni poner a los cuidados un precio distinto al del mercado de la inmigración clandestina, costará convencer a los hombres de que se enfrenten a la homofobia ambiental para asumirlos en el hogar, defenderlos en los sindicatos, pedir la conciliación en las empresas o apoyar en el parlamento las propuestas de la PPiiNA que se van a debatir, y perderemos el ritmo que requiere la igualdad y que impone la desaparición de los servicios sociales que descargaban a los hogares de una parte de los mismos.

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