RECURSOS

Realidades

por | Actualizado el 03/03/20 a las 12:39

Hace unos días, mi amiga Esther que es muy dada a las lecturas compulsivas, me contó que había conocido a un amigo de su nuera que, al parecer, había leído a Antonio Muñoz Molina “No me lo puedo creer” –le dije- , quizás porque sigo sin entender a esos autores que escriben novelas de más de 600 páginas. Cuando llegas a la página 184 ya te has perdido y tienes que volver atrás, o lo que es peor, anotar los nombres de los 43 personajes que aparecen y desaparecen sin explicación alguna. Para esos que se inventaron el mal llamado “canon occidental” (como Francisco Rico o el místico de Harold Bloom), esto sería algo normal, ya que formaría parte de cualquier análisis crítico siempre desde un cotejo ideológico de afinidades, por contagio, y en algún caso incluso por ósmosis, dejando fuera de los tabernáculos intelectuales a autores como Juan Rulfo, cuya obra total no suma más de 400 páginas (eso sí, bastante tristes), o a mi amigo y siempre recordado Juan García Hortelano.

Y es que muchas veces “damos por sentado” sucesos, cosas, actitudes, pensamientos, ideas…, que asumimos con toda la veracidad del mundo porque vienen refrendadas, referenciadas y reverenciadas. Todo en uno. Nadie atina a explicar por qué el Ulises de Joyce es una obra cumbre de la literatura universal, cuando en un entorno  (vamos a suponer literario y de cultivo intelectual) es decir, Jacobino, no creo que lo hayan leído más de 6 personas, y no me alejo mucho si digo que solo 2, de estas 6 personas, lo han entendido. Lo mismo ocurre con el experimento de Rayuela (a Julio Cortazar  se le puede perdonar todo), o la literatura rusa del siglo XIX, o Tomas Mann. Están ahí porque alguien decidió que estuvieran ahí. Nadie lo ha puesto en duda, y se escriben ensayos sobre los ensayos que darán al crítico un cierto halo de sabiduría por encima del resto de los mortales.

Ahora estos procesos se ven volteados por una nueva realidad. El “canon occidental” ha muerto, despellejado por sus padres y absorbido por las grandes superficies que exponen a esos mismos autores entre kilos de basura mediática, entre cocineros y astrólogos, entre viejas glorias del cine y políticos desdeñados.

Ahora la realidad se llama Estoy Quesada (de la serie Looser, de la plataforma de Flooxer), o Paula Bonet y su “Por el Olvido”, capaz de resucitar a un autor como Roberto Bolaño, y transformarlo en el Fénix de la Literatura.

Pamela Stupi, Elgshow, Blue Jeans, Luna Dangelis, los nuevos booktubers (3 de cada 10 son menores de 24 años), convertidos en ídolos desde cualquier cadena de TV, o en ferias donde se mezclan padres y madres junto a sus hijos adolescentes que hacen cola, y gritan, y se graban los selfies con la destreza de un tirador de cuchillos.

Esto ya es viral. A golpe de tweet, en menos de 140 caracteres, se sacuden un tiempo que se repetía como las morcillas del  Ampurdán, imitando a unos personajes sacados de las teleseries de Nexflix o Sky, las nuevas plataformas de culto, como los nuevos gurús que ya son multitud; y no es broma.

Sin apenas darnos cuenta hemos girado los planes de la realidad para encontrarnos en dimensiones que todo lo absorben, lo exaltan, lo exponen, lo magnifican, lo rediseñan, lo destruyen y lo vuelven a construir. El ser humano se ha convertido en un parasito del algoritmo y actúa como tal en todas las esferas y escenarios de lo real. Pasamos de la economía demótica a la epigenética, utilizada en el desarrollo de terapias contra la diabetes, por ejemplo, o el uso de algoritmos en RCP calculando la profundidad y la frecuencia de las compresiones a partir de la aceleración del pecho, o la asistencia remota basada en tecnología 5G cuando se trata del manejo de pacientes desde aplicaciones móviles. Dentro de unos años ya estaremos hablando de hospitales sin camas y sin pacientes. Al año se crean en todo el mundo 320.000 aplicaciones de salud, o lo que es lo mismo, 200 nuevas cada día. Creo sinceramente, que a veces estamos viviendo una especie de realidad aumentada.

Absorbemos tal cantidad de información que hemos perdido la capacidad de abstracción. No sabemos estratificar lo que leemos (a excepción de ese 46% de españoles que no leen nada), ni sabemos observar lo obvio, (¡joder, es lo obvio, no le demos más vueltas!).

Eso sí. Somos diestros en codificar lo simple, lo vacuo, lo inmediato, aquello que no implica compromiso, opinión, posicionamiento, critica.

Desde que en 1995 a Daniel Goleman se le ocurrió la brillante idea de hablar de inteligencia emocional no hemos parado de acumular espacios de estupidez humana (y no por culpa del maestro Goleman). Incluso economistas como el premio Nobel de economía D. Kahneman ya hablan de “prejuicios cognitivos” o de “psicología hedónica”, sumándose así al monocultivo intelectual de libros cuyos títulos son puro ingenio: “Pensar rápido. Pensar despacio”. “Confiando en la confianza” “Tu puedes hacerlo, confía en tu corazón”. “Aprender desaprendiendo lo aprendido”. Richard Thaler nos diría que son “sesgos cognitivos”, pero si empezamos a introducirnos en la psicología humana de la mano de abogados, economistas, presentadores de TV, es que no sabemos ubicarnos; es decir, estamos perdidos. Las realidades las forjamos, entre otras cosas, con malas decisiones, con malentendidos que parecen no tener fin, con palabras que jamás tendríamos que haber pronunciado, no por el dolor de volver a oírlas sino por el dolor de tenerlas atravesadas en la garganta como si se tratase de un trozo de hueso de pollo. O lo escupes, o estás muerto.

Pero hay “otras realidades” que muchas veces pasan  desapercibidas, o solo nos rozan de soslayo, o que jamás llegaremos a ellas porque se sostienen en oleadas de modas, donde todo también tiene su cara y su cruz.

Podemos hablar de los Red Hot Chili Peppers, de la banda Warpaint, o de Love of Lesbian, como si se tratase de capitalizar una especie de obsolescencia programada, directa al consumo, para generar confianza en el entorno, pero ¿qué entorno? No solo hablamos de música, o de economía, o de política, o de educación, o de sanidad, o de cualquier esfera donde lo real ilumina y da calor, eso pensamos. Pero la verdad es que nos hemos acostumbrado a dirigirnos hacia un público que no ve, que no escucha, situado en “modo avión”. Hemos perdido esa percepción sistémica que nos hacía vulnerables a todo pero más libres, más cultos, más sinceros, mejores personas.

Decía Román Gavras que internet es como “la niebla mental de nuestra era”. Y eso lo dice un músico pop que, junto a grupos del más puro estilo punk, como los Idles de Joe Talbot, intentan acercar la música, su música, hacia espacios ideológicamente comprometidos. Me gusta porque ellos hablan desde sus letras y su música de la “alienación del tonto útil”, el que se explota a si mismo creyendo que se está realizando: talens, coachs, influencers, youtubers… Todos añoran ser distintos a los demás, algo imposible de realizar en una sociedad de masas. Y todo para acabar en un bucle donde las diferencias son puramente comerciales, de intercambio (tal y como lo vemos diariamente en la publicidad), pero que el sistema productivo absorbe, modula y lo devuelve, en forma de mensaje, sin cambiar nada pero que se asume como nuevo o como auténtico. Esto se refleja en todas las facetas de la vida, incluso en las relaciones personales. Como el otro “no existe”, solo existe nuestra realización personal; las relaciones se convierten en conexiones (vía Redes) y el intercambio de información aparece exento de experiencias. ¿Puro narcisismo?

No olvidemos que sin la presencia del “otro” no hay referentes. Es lo que el coreano Han ha llamado la “obsolescencia del individuo”. Parece evidente que una sociedad que se basta a sí misma para crear clones en la política, en la economía, en las artes, en la literatura, convirtiendo a los ciudadanos libres en clientes (versus consumidores) que no opinan, no comunican, no miran, no observan, y que solo viven y se retroalimentan de lo banal y lo superfluo, explica ese conformismo reaccionario que se refleja, como si se tratase de una película de Eric Rohmer, en los vagones del metro, en un día cualquiera, de un mes cualquiera, de un año cualquiera, atravesando la línea 1 a mitad de camino entre la soledad y el silencio.

Categoría:
Temática:
Grupo de edad:
Persona de contacto:
Año:
Dirección:
Teléfono:
Web: